Período orientalizante (VII – VI a.C.)
El período inicial del santuario ibérico se corresponde con el de la afluencia de monarquías sacras vinculadas a influencias fenicias. En esta etapa se encuadran los santuarios portuarios del siglo VIII a.C. como Coria del Río y El Carambolo, situados cerca de paleodesembocaduras. Este tipo de santuarios se estructuran mediante un patio de entrada seguido de otros espacios cubiertos o al aire libre. El patio da paso a la cella y a un espacio reservado para las ofrendas.
Desde este momento y hasta el VI a.C. se detectan fases de santuarios dinástico-gentilicios como el de Mesa de Setefilla, palacio orientalizante de carácter sacro destinado al culto a los antepasados del monarca. Todos se localizan en el sur y sureste peninsular, puntos fuertes del comercio con oriente. Los santuarios de Carmona y Montemolín en Sevilla encajan con esta definición, así como el santuario dinástico de Cancho Roano. Estas construcciones se relacionan con la sacralidad del rex y su vinculación con lo divino. El palacio es además un centro de control socio-económico y el lugar de culto a los antepasados y a la propia dinastía regente.
En el Noreste se identifican santuarios domésticos gentilicios con planta rectangular con altar y hogar, como el de Moleta del Remei en Tarragona y Tossal de Redó en Teruel. Se entiende como templum a un recinto sacro separado del entorno doméstico, el único que se puyede interpretar como tal en esta fase es el de La Alcudia (Elche). El templo de la Alcudia, de tipo semítico, posee una estructura de patio con banco corrido que conduce hacia el sancta sanctorum. Aquí se localizó el posible heroon intraurbano ya citado, interpretado así por el hallazgo de restos de esculturas en su interior y reutilizadas en el pavimento de la calle.
En esta fase también se documentan posibles santuarios extraurbanos ad portam en el Collado de los Jardines, Jaén y en La Encarnacion, Murcia, lo que se interpreta como un santuario de control territorial.
Período ibérico antiguo (V a.C.)
Durante esta fase crece aparentemente el número de santuarios en ámbito urbano y se expanden las cuevas-santuario ibéricas en el extraurbano. Su evolución se relaciona con el crecimiento del culto de carácter colectivo, frente al culto privado que caracteriza a los santuarios domésticos urbanos. La colectividad del culto se constata además por la aparición de multitud de exvotos de bronce ofrecidos a las divinidades en los santuarios meridionales, como en Collado de los Jardines, donde han aparecido más de 2500.
Los santuarios urbanos de expanden por la península con variaciones en los tipos. En el Sur se aprecia continuidad de los santuarios dinásticos integrados en estructuras domésticas. Del mismo modo sucede esto en el Noreste con los santuarios gentilicios rectangulares, asociados también al culto doméstico. En el Sureste aumenta el número de santuarios de control territorial conocidos, se suman al de la Encarnación algunos como el santuario de Guardamar, Coimbra del Barranco Ancho o el Cigarralejo.
Período ibérico pleno (IV – III a.C.)
Durante el IV a.C. surgen los santuarios dinásticos clientelares, en muchas ocasiones evolucionados a partir de los domésticos. Ahora la presencia de patio o bancos corridos en las antiguas dependencias hace pensar que el culto debe acoger cada vez a mayor parte de la población. Los santuarios pueden ser considerados ya como templa, individualizados de las construcciones domésticas e integrados en recintos sacros como el de Campello en Alicante, asociado a restos de un posible heroon. El de Sagunto puede ser el templo de tipo clásico ibérico más antiguo, aunque su cronología es aún discutida.
En el Noreste y Levante se extienden las inhumaciones infantiles en espacios domésticos y aparece un hogar ritual asociado a los santuarios gentilicios en los casos de la Illa d'en Reixac, Ullastret Corte I, en Gerona y el Castellet de Bernabé, en Valencia.
Continúan apareciendo santuarios de control territorial y cuevas-santuario, algunas reutilizadas como la de Font Major, Tarragona, con un interesante depósito de armas del Bronce Final de tipología atlántica y quizá italiana (Neumaier, 1999, 83-94). Estas cuevas se relacionan con ritos agrarios por la aparición de kalathoi con restos de cereal y quizá con ritos de paso de clases de edad.
Se definen como santuarios supraterritoriales los que controlan mayores zonas de influencia, se entenderían como tal Collado de los Jardines (Jaén) o La Luz (Murcia). Se componen de una estructura sacra que se acompaña en ocasiones de edificios de culto menores. Además de en el Collado aparecen numerosos exvotos de bronce en los santuarios del sureste como La Luz, El Recuesto y el Cerro de los Santos. También aparecen bronces con representaciones figuradas o geométricas, esculturas de piedra de figuras humanas o animales, exvotos de terracota antropomorfos y zoomorfos, máscaras y pebeteros en forma de cabeza femenina.
Se inician en este momento las representaciones iconográficas en vasos de tipo Elche, Liria y Azaila. Asímismo, el crecimiento de las clases aristocráticas se refleja en el aumento de elementos de adorno en oro, plata o bronce.
Período ibérico final (III – I a.C.)
En esta etapa la cultura ibérica contará con la presencia de púnicos y romanos. La presencia de los Bárquidas debió responder a una experiencia previa en la costa, estableciendo contactos comerciales que serían indispensables para llevar a cabo la futura colonización con éxito en un nuevo espacio geográfico (Prados Martínez, 2003). Las influencias de los púnicos en los monumentos turriformes no tienen por qué adscribirse a una época de contacto continuado como ésta, si no que se produciría mucho antes con el contagio cultural provocado por el intenso comercio con el Norte de África.
La aparición de pebeteros de Deméter y de otros materiales votivos de origen púnico han sido tomados con frecuencia como testimonio claro de la adquisición de esas formas por parte de los íberos, pero no puede descartarse la teoría de que los comerciantes orientales simplemente frecuentasen los santuarios de los puertos comerciales que visitaban, dejando testimonio material al rendir culto durante esas visitas (Ramallo, 1999). Hablar de sincretismo ibérico-púnico es con frecuencia precipitado, de asumirse, el caso de Torreparedones es uno de los ejemplos más claros. Su planta se aleja de los modelos helenístico-itálicos, conformándose como un singular espacio rectangular alargado con tres estancias contiguas. La columna exenta de capitel foliáceo pudo ser la representación de la deidad venerada (Ramallo, 1999, 202).
También se observa en este período como el santuario se desvincula definitivamente del palacio con la generalización de los templa. Éstos tienen en un comienzo un influjo helenístico, caso de los templos de Ullastret y La Fosca en Gerona, y poco después romano como el de la acrópolis de Azaila, en Teruel. Algunas de las cuevas-santuario que continúan en uso se utilizan como sannatio, así lo evidencian los exvotos de partes anatómicas en Collado de los Jardines y les Meravelles (Valencia). En el Sureste los santuarios de control territorial se mantienen, apareciendo otros por el Levante y Noreste, caso de Santa Bárbara en Castellón o de Montaña Frontera en Sagunto.
Los santuarios ibéricos de la Encarnación y el Cerro de los Santos, en Albacete, son monumentalizados, poseyendo sus construcciones un claro influjo helenístico-romano. Constatando estos influjos aparecen en el registro ofrendas votivas de tradición ibérica con figuras con toga romana e inscripción latina, formando parte de un mismo espacio. También se detecta una amortización del Templo B de La Encarnación tras la conquista romana, bajo la puerta del templo se halló un agujero oval destinado a libaciones que es respetado en las sucesivas ampliaciones del edificio, en el que se registraron restos de leche, miel y cereal. (Ramallo y Brontons, 1997). Quizá éstos respondan a una advocación a una divinidad relacionada con el culto a la naturaleza o la renovación de las cosechas, algo que también se ha atribuido al Santuario de La Luz. En cualquier caso las influencias del culto romano y púnico entre los siglos IV y III a.C. son claras en base al registro arqueológico, aunque la púnica presente dudas en algunos casos.
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