Las referencias al sacerdocio íbero son muy escasas, a diferencia de lo que ocurre con los celtas. Los investigadores se han basado en el estudio de los objetos sacros aparecidos en los santuarios y el estudio iconográfico de la toreútica, esculturas y cerámicas. Tal es el caso de J. Cabré (1922), que acepta la tonsura de ciertos bronces como indicio de sacerdocio masculino, interpretación que sigue Nicolini (1969), añadiendo otros elementos como velos, cintas o collares. V. Solanilla (1977), plantea en su análisis de los vestidos ibéricos, un sacerdocio mixto, destacando las mitras y diademas para las mujeres sacerdotisas. También Ruano (1987), reconoce la tonsura como un indicio sacerdotal en algunas figuras del Cerro de los Santos. Por su parte, L. Prados (1997), dice que las figuras que representan sacerdotes o sacerdotisas, nunca llevan las manos en posición oferente, sino caídas.
T. Chapa y A. Madrigal (1997), tras analizar la vestimenta de exvotos y esculturas, junto con los restos aparecidos en los recintos sacros, llegan a la conclusión de que en el mundo ibérico meridional, debió existir un sacerdocio institucionalizado al que pertenecería la clase dirigente, que pudo llegar a ser hereditario. En las fases más antiguas del mundo ibérico meridional, donde la figura del dios Melkart tiende a identificarse con el monarca, resulta lógico pensar que el rey desarrollase la función de sacerdote de esta divinidad, y la reina lo haría de Astarté, simbolizando el hieros gamos, o matrimonio sagrado, costumbre bien documentada en Tiro o Sidón. En el mundo septentrional, donde estas monarquías sacras de tipo orientalizante no llegaron a desarrollarse, el prínceps llevaría a cabo los cultos de tipo gentilicio practicados en el interior de los santuarios domésticos, e incluso el cabeza de familia llevaría a cabo sus propios ritos domésticos.
En el siglo V a.C., el desarrollo de la sociedad hacia formas heroicas y la evolución de la organización del territorio hacia formas más complejas, llevaría aparejada nuevos cambios, como la aparición de santuarios extraurbanos y la modificación de las creencias, los dioses y los cultos. Estos ritos serían desarrollados por representantes de cada grupo de edad de entre los cuales se elegiría a uno, probablemente del grupo gentilicio que regía el oppidum principal, que pudo desempeñar funciones sacerdotales. El resto de representantes de las aristocracias podían, quizás, ocupar cargos de sacerdocio secundarios (Moneo, 2003).
Se ha querido ver la presencia de sacerdotisas femeninas, quizás ocupadas del culto a una deidad también femenina, en la aparición en algunas necrópolis y santuarios, de figuras estantes y sedentes, ricamente vestidas y enjoyadas, que en ocasiones aparecen vinculadas a la iconografía de la diosa (Chapa, Madrigal, 1997). Quizás la sacerdotisa personificase a la divinidad, y la imagen de la figura sedente llevada en procesión, pintada en un vaso de La Serreta, Alcoy, perteneciese a una sacerdotisa que era llevada en hombros.
La función sacerdotal de los miembros de la aristocracia y, en especial, de las hijas de los reyes, aparece bien documentada en diversos ámbitos del Mediterráneo Oriental, como Grecia y el mundo itálico.
Además de los sacerdotes principales, existirían sirvientes encargados del mantenimiento y servicio de los santuarios y los cultos en ellos practicados. También se han documentado personajes de edad avanzada con túnica en varios exvotos de bronce o como las figuras del “pedagogo” del cipo de Jumilla, o el personaje de la tinaja de La Serreta, a los que se ha identificado como posibles sacerdotes (Almagro-Gorbea, 1997c).
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