Desarrollo del culto
El rasgo
agrícola de los pueblos iberos fue fundamental para la sociedad. Tanto es así
que se desarrolló paralelo al calendario agrícola, un calendario cultural
que incluía celebraciones diversas que se caracterizaban por las ofrendas de
exvotos de diversa tipología, que representaban figuras de animales,
antropomorfas o de elementos de uso personal, junto otros objetos
cotidianos, de lujo o de guerra, acompañados de sacrificios y libaciones.
La práctica de
las libaciones está documentada, tanto por la arqueología, como por las
representaciones con escenas de libación, como el relieve de Jávea con
sacerdote con pebetero que extiende su mano sobre un ara para proceder a una
libación ritual (Lafuente, 1952), como el relieve de Osuna donde se ve a
dos figuras femeninas que llevan vasos para proceder a la realización de una
libación, o como la que reproduce el exvoto del siglo II a.C. procedente de la
acrópolis de Sagunto o la escena de Torreparedones, en la que aparecen, de
nuevo, dos mujeres, inclinando una de ellas un vaso tulipa hacia la
pátera que sostiene la segunda figura.
Esta práctica
además queda atestiguada por la aparición en el interior de los santuarios de
lo que se conoce como altares de libaciones como los de Cancho Roano, Badajoz,
el Chorrillo, Alicante, la Muela, Jaén, y La Encarnación, Murcia, y otros
objetos cultuales, como son los askoi, copas, vasos con forma de ave,
caliciformes, kenoi,
páteras, jarras, cuencos, que se utilizarían en el vertido de agua, vino, miel,
hidromiel, leche y aceite.
También la
realización de libaciones pudo estar relacionada con la práctica de
sacrificios, ya que la sangre del animal sería recogida y depositada en un
recipiente junto a otros líquidos.
Se atestigua
esta práctica en los santuarios griegos, que mezclaban el vino con otras
sustancias como agua, miel, hierbas, leche, perfumes o sal, así como en los
fenicios, por la presencia de copas semejantes a las phialai griegas, que eran ofrecidas en el
templo y debían servir para las libaciones practicadas en el culto (Moneo,
2003).
En cuanto a la
práctica de sacrificios está bien documentada por las fuentes clásicas, como en
Estrabón, que alude a que “los íberos sacrificaban al modo griego, recogen su
sangre en un recipiente y atenúan los gemidos de la víctima con cantos y el
sonido de la flauta (aulos)”. Pero además, otra fuente son las variadas
representaciones en relieves como el situado en el monumento funerario de Pozo
Moro, en el cual está representado un altar donde hay un jabalí
(Almagro-Gorbea, 1983b), o en un relieve de Porcuna, donde aparece
representado un hombre con un manípulo o un mango de asador, que parece estar
envuelto en el ritual y va a proceder al sacrificio (Chapa, Madrigal, 1997).
También
encontramos una representación en la cual se ve a un hombre que degüella un
animal con un cuchillo curvo a un carnero, encontrado en un bronce en Puerta de
Segura, Jaén, o la escena de la pátera de Tivissa, además de inscripciones que
nos hablan de este rito, como la procedente del Artemision de Sagunto.
A esto habría
que añadir los hallazgos de cuchillos curvos encontrados en algunos interiores
de santuarios como los de Castellar de Santiesteban, en Jaén, La Encarnación y
La Luz en Murcia. Pero también se atestigua por la presencia de restos
óseos que pertenecen a diversas especies como son el cerdo, ovicápridos (las
más abundantes), ciervos, y caballos, encontrados las cuevas santuario de
Puntal del Horno Ciego y Merinel, en Valencia, en el Cerro de los Santos,
Albacete, La Muela, Jaén, o La Luz, Murcia, entre otros muchos santuarios.
Estas especies se consideran como las más representativas pero no eran las
únicas pues también se han encontrado restos de bóvidos, aves, perros,
lagartos, serpientes e incluso peces, ya que se encontró una vértebra de pez en
la Illa d'en Reixac (Moneo, 2003). Normalmente, a juzgar por los estudios
arqueozoológicos, suele tratarse de individuos jóvenes, aunque también se dio
con ejemplares adultos, como se ve con los restos de jabalíes hallados en La
Luz.
El proceder de
la práctica del sacrificio está bien documentado en costumbres del Mediterráneo
Oriental, en Grecia y Creta. Así pues el sacrificio se realizaría dentro
de los límites del santuario en un lugar con cielo abierto y con altar donde el
animal es llevado allí tras un acto procesal, el ritual del lavado y
purificación. Tras esto llega el sacrificio, con un cuchillo y a veces, era
quemado el animal en el altar o mesas portátiles (Santuario de la Escuera,
Alicante). Estos restos se depositarían, junto con otras ofrendas, en un
compartimento o favissa destinada a ello. Estos
sacrificios podrían haber estado dirigidos a una divinidad celeste y ctónica.
Otra ceremonia
documentada eran los banquetes rituales, como evidencian, entre otras pruebas,
los restos óseos hallados con señales de haber sido cocinados y consumidos, y
los restos de cerámicas y útiles de mesa y cocina. Podrían haber existido
lugares destinados para los banquetes, al modo de los santuarios orientales.
Por otro lado, el descubrimiento de soportes para recipientes para el
vino, utilizados en los simposium,
evidenciarían el uso generalizado de esta práctica ritual entre los grupos
aristocráticos dominantes. Estas prácticas están documentadas muy bien en la
zona del Egeo de Creta y Grecia, y
en las regiones itálicas. Un buen ejemplo es el templo de Tell Qasile en Palestina donde en sus tres
estratos se documenta una habitación colindante al patio, que sería para
preparar las comidas rituales; así como el estrato VII del templo Bet-Shan. En la zona itálica
tenemos como ejemplo en Acquarosa durante la segunda mitad del siglo VI a. C.
Son los
santuarios domésticos gentilicios los que ofrecen una información mayor sobre
estas comidas rituales. En los santuarios dinásticos del mediodía peninsular,
en una zona próxima al patio, se documenta una habitación interpretada como
cocina, donde se prepararían los platos que serían consumidos posteriormente en
el patio. Estos banquetes serían llevados a cabo por las élites, adquiriendo un
carácter no solo sagrado, sino político (Moneo, 2003).
Las procesiones
eran ceremonias en las que tomaba parte toda la sociedad, ya sea de forma
pasiva o de forma activa. En algunos santuarios se han encontrado caminos que
se han interpretado como el recorrido de dichas procesiones, como es el ejemplo
del santuario de la Luz. Aun así, recorrido y la propia procesión, es difícil
de determinar aunque, el fragmento de cerámica de La Serreta en Alcoy nos muestra
lo que es parte de una procesión ritual en la cual la diosa es llevada en andas
(Griñó, 1992).
Estas
procesiones se desarrollaban durante el día pero también las había nocturnas
como se ha interpretado la dama del Cigarralejo que, al parecer, porta un
cirio y que representaría a lychnáptria, figura femenina que porta las
antorchas durante la ceremonia. En estas procesiones también había
desfiles rituales tanto de carácter femenino como masculino, como evidencia el oenochoe de San Miguel de Liria donde se ven
tres figuras femeninas que portan una flor en la mano, los vasos de La Alcudia,
con tres figuras femeninas que enlazan sus manos y sostienen palmas, o un
fragmento de vascular de Illici en el que aparece un desfile
ritual de hombres acompañados de liebres o conejos (Ramos Fernández, 1991b).
Otras
procesiones tienen carácter fúnebre como evidencia el cipo funerario de Jumilla
o el vaso de la necrópolis de Oliva, con dos frisos superpuestos de infantes
con lanza y largos escudos ovales (Blánquez, 1993a).
Otra ceremonia
la constituían las danzas, de diverso tipo, como muestran los hallazgos
arqueológicos de restos flautas o crótalos en varios santuarios (Medellín,
Cádiz, Badajoz, Ampurias e Ibiza), así como también sabemos por las fuentes
clásicas. Estas danzas consistían en bailes entre hombres y mujeres cogidos de
la mano, como han puesto de manifiesto los relieves de la danza bastetana de
Fuerte del Rey, Jaén (Blázquez, 1983a), de Almedina, Ciudad Real y referencias
en las fuentes clásicas, como Estrabón (III,3,7), que alude a que “en
Bastetania las mujeres bailaban mezclándose con los hombres, unidos por las
manos”, y como también podemos ver en el "vaso de los bailarines", o
el oenochoe de "combate de
flautistas", ambos procedentes de San Miguel de Liria. Estas danzas tenían
un carácter sagrado según manifiestan los exvotos de guerreros bailando
que proceden del Collado de los Jardines, en Jaén.
Las danzas con
carácter guerrero incluían trifulcas entre jinetes, que eran acompañados de
músicos, como se muestra en la copa y oenochoe de San Miguel de Liria. También son
conocidas las danzas en ritos de fecundidad, presencia exclusiva de mujeres, y
que algunos relacionan con los bailes fálicos de tiempos remotos, a
través de los cuales se buscaba impulsar la unión y renovación cíclica de la
naturaleza. Un ejemplo de este tipo lo podemos ver en un vaso de San Miguel de
Liria, donde se representa un ídolo itifálico y cuatro mujeres cogidas de la
mano que se dirigen hacia una dama que ofrece un ave, posiblemente una diosa de
la fecundidad.
También algunas
danzas acompañaron a las ceremonias y rituales funerarios (Blázquez, 1997b),
por lo general, carreras de carros o combates, acompañados por músicos, como se
ve en la caja funeraria de Torre Benzalá, Torredonjimeno, Jaén, en los relieves
de Alcoy, Osuna o las figuras con flauta, pandero y cítara que aparecen en una
pátera de Santiesteban del Puerto, Jaén.
Para concluir,
decir que estas danzas rituales acompañadas de música, fueron ceremonias
practicadas en todo el Mediterráneo, como las danzas de los salios, que
inauguraban la estación guerrera; las de los curetes en la entrada de la cueva de Ida en
Creta; Cartago, como la representada en el cipo de Tharros; Palestina, donde la
biblia menciona varios bailes rituales; o Fenicia, como las que aparecen en
varias ánforas chipriotas, donde figuran escenas de música y danzas efectuadas
ante la diosa entronizada (Moneo, 2003), etc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario