El mundo mítico ibérico ha llegado hasta nosotros documentado prácticamente a través de los hallazgos arqueológicos, pruebas, en muchos casos incompletas y fragmentadas, al carecer de fuentes escritas, salvo las interpretaciones dadas por autores griegos y latinos (Blázquez, 2001), por lo que se ha tendido a esbozar un corpus de la religión ibérica a través de comparaciones con las religiones, mejor conocidas, de los pueblos colonizadores, fenicios, griegos, púnicos y romanos. Las esculturas y relieves de monumentos funerarios como los hallados en Pozo Moro, Elche, Porcuna, Huelma u Osuna, así como las representaciones figuradas en bronce y cerámica, y la iconografía numismática, han sido las principales fuentes materiales con las que se ha intentado construir una teogonía y mitología ibéricas (Moneo, 2003).
El heros ktístes: mitos de paso y de fundación de ciudades ibéricas
En el siglo V a.C., los cambios socio-ideológicos que experimenta el mundo ibérico se tradujeron en la transformación y/o incorporación de nuevos mitos en los que, frente a la época anterior, el interés se centraba en resaltar el carácter heroico de su protagonista, el monarca fundador de la ciudad y su población. En momento surgen los grandes heroa como el de Elche, Porcuna y Huelma, decorados con programas iconográficos de caza y luchas, monomaquias, grifomaquias, leontomaquias y licomaquias, que intentan dotar a la representación de un carácter mítico atemporal (Molinos et al. 1998; Moneo, 2003).
En el caso de Huelma, la lucha del joven con el lobo se ha relacionado con el ciclo de los trabajos míticos de Hércules, habiéndose interpretado el héroe como el jefe del oikos que controla y dirige la ampliación de su territorio, además de evidenciar mitos relacionados con los ritos de paso de clases de edad (Molinos et al. 1998).
Grifomaquía del Cerrillo Blanco, Porcuna.
Lobo del Pajarillo, Huelma.
A partir del s. III a.C. estos temas se empiezan a incorporar a los recipientes cerámicos, como evidencian los vasos de Liria, Los Villares, Corral de Saus o La Alcudia, relacionas con los ritos de iniciación. También en este momento, y sobre todo en los siglos II y I a.C., las representaciones cerámicas y la numismática empiezan a documentar mitos de fundación de las ciudades, lo que es acorde con la evolución de la sociedad ibérica en sus últimas fases, ya que es en este momento cuando se documenta una revitalización de las tradiciones dinásticas, apareciendo plenamente formados los estados ibéricos, la ciudad y su territorio (Almagro-Gorbea 1996a). Tal es el caso del vaso “ciclo de la vida” de Valentia, donde dos escenas a modo de friso, de bastante complejidad, muestran a una yegua con mamas exageradas al galope, seguida de un gallo y un lobo, en la primera, y en la segunda escena, unas figuras de difícil identificación, posiblemente seres mitológicos, donde uno de ellos híbrido entre caballo y toro asexuado pariría por la boca un ser humano cubierto de casco y portando una jabalina, interpretado como el personaje mítico fundador de la población (Olmos, 2000), mientras que en el cuerpo de este ser se irían gestando el grupo de jóvenes aristócratas guerreros, que serían amamantados por las ubres de la mítica yegua, como otros héroes fueron amamantados por un animal, como Rómulo y Remo con la loba, o Melkart, por una cierva.
Del mismo modo, en sendos fragmentos cerámicos de Alcorisa y de Azaila, Teruel, aparece un personaje junto a un arado, rodeado de animales y plantas con significado simbólico, escena que se ha interpretado como ritos agrarios relacionados con la fundación de la ciudad (Olmos, 2000). Además, el arado es un símbolo que aparece en el reverso de algunas acuñaciones ibéricas, como las de Obulco, Iltirda, Cese y Ausa. La cabeza de hombre que suele aparecer, con o sin barba, en el anverso de algunas de estas monedas, harían alusión al héroe fundador identificado con Herakles, como en los dracmas de plata de Arse[1], pues en ocasiones aparece la clava y el leonté representados en cabezas y monedas del mismo tipo. También puede aparecer la figura de un jinete, esta vez representando al fundador como guerrero de orden ecuestre, y aparecerían en regiones donde el caballo es venerado de una especial forma, como el caso del Cigarralejo.
Las monedas de Cástulo con cabeza masculina ceñida por diadema o por corona vegetal que aparece en el anverso de las acuñaciones con esfinge, se han vinculado con Apolo, dios fundador de la ciudad (Olmos, 1995). Interpretación que coincide con el pasaje de Silio Itálico que alude a los orígenes délficos de la ciudad, vinculando el nombre de la ciudad con Castalio, descendiente de Castalia, la ninfa que daba de beber al oráculo de Delfos.
Dracma de plata de Arse/Sagunto |
As de bronce de Cástulo |
En consecuencia, el análisis de los mitos ibéricos reflejados a través de la iconografía muestra, frente a la etapa anterior del Bronce Final prácticamente anicónica, la aparición de un panteón de divinidades antropomorfas de origen oriental. En una fase inicial, dicha iconografía estaría reservada exclusivamente a monumentos funerarios de los monarcas sacros como medio de legitimar, expresar y perpetuar su poder, mientras que en un segundo momento, su carácter heroico, expresado bajo una temática y un ropaje helenizado, se relacionaría con la fundación de la ciudad y el control del territorio (Molinos et al. 1998), entonces comienzan a representarse estas escenas también en recipientes y monedas, sugiriendo la evolución y surgimiento de nuevos mitos, al mismo tiempo que se establecen las formas urbanas y se expande el helenismo.
Iconografía, símbolos y atributos
La iconografía más antigua de la diosa ibérica la representa, desde el s. VIII o inicios del VII a.C., como una dama sentada sobre trono siendo sus atributos característicos los elementos vegetales y animales, esfinges, el león, los pájaros, sobre todo la paloma, como evidencia la Dama de Galera, Granada, documentándose en el Sureste este tipo de representación a fines del s. V a.C. en la Dama de Villaricos, Almería, El Cerrillo Blanco de Porcuna, Jaén, la Dama del Cabecico del Tesoro, Murcia, la del Cabezo Lucero, Alicante y la del Llano de la Consolación, Albacete. Del siglo IV a.C. son las Damas de Baza, Benimassot, El Cigarralejo y la de La Alcudia, que sujeta una rama de adormidera entre los dedos, uno de los ejemplos del posible uso ritual de esta planta narcótica y de otras por el estilo, en rituales de carácter sacro.
Dama de Tutugi, Galera (Granada). Dama del Cabecico del Tesoro, Murcia. |
Algo más tardía es la Dama de terracota de Coimbra del Barranco Ancho, Murcia, o la documentada en el cipo encontrado en este mismo yacimiento. Y ya de mediados del III al II a.C., son las damas sedentes de La Encarnación, del Cerro de los Santos y de Torreparedones.
Estas figuras corresponderían a damas de alto rango social que actuarían como sacerdotisas, pues aparecen vinculadas a la imagen de la diosa y a su iconografía (Chapa, Madrigal, 1997). En el último cuarto del siglo IV a.C. y en el III a.C., esta representación de la diosa ibérica entronizada evolucionó hacia el tipo que se ha denominado Diosa sedente curótrofa [2], lo que evidenciaría un cambio que habría que poner en relación con la evolución de las creencias religiosas.
Más difícil resulta interpretar como imagen de la diosa ibérica las figuras femeninas estantes en estado de gestación, como la de La Albufereta, Cerro de la Tortuga o Torreparedones.
Un tipo diferente de representación de diosa ibera es la que podemos ver en los vasos de estilo Elche-Archena, de finas del s. III a.C., la diosa aparece alada, siguiendo un conocido esquema púnico, rodeada de elementos vegetales y animales como aves, serpientes, lobos, ciervos, caballos y conejos, lo que alude a la Pothnia Theron, señora de los animales, representación de la diosa de antigua tradición en el Mediterráneo Oriental, a la que se otorga poder fertilizador y fecundante.
Diosa alada en vaso de La Alcudia, Elche.
Bronce Carriazo. Astarté como Potnia Theron.
Además, tenemos representaciones simbólicas que aluden a la diosa, en cerámicas tipo Liria, como el fragmento de Kalathos con decoración figurada hallado en el Cerro de los Santos recientemente, donde podemos ver el rostro de frente bastante esquemático de lo que parece una mujer, por sus estilizados rasgos, y que junto a ella aparece un ave, posiblemente una paloma y una estrella, interpretada una como símbolo de tránsito al Más Allá, y la otra como el Lucero del Alba, estrella más brillante del firmamento, el planeta Venus.
Las estelas, exvotos, monedas y representaciones vasculares también nos proporcionan datos, aunque en ocasiones sus símbolos son compartidos, como ocurre con el caduceo, el creciente, la espiga, los delfines o el loto, muy comunes en los ases ibéricos. Los símbolos más frecuentes de la diosa son los rostros frontales o máscaras, las rosetas, los rombos, la estrella, las alas, la granada, la palma, las aves idealizadas, la paloma, la esfinge, el león y el denominado signo de Tanit (Moneo, 2003). A esto hay que sumar los pebeteros de terracota en forma de cabeza femenina, los cuales tienen un origen feno-púnico, y parece representar a Tanit, Astarté o Koré Deméter, lo que es una buena muestra de la adopción de cultos semítico por parte de los pueblos ibéricos.
A la divinidad masculina habría que relacionarla con algunos animales como el toro[3], y el ave con alas explayadas que figura en bronces como en Collado de los Jardines, Jaén, o la hebilla de plata del Tesoro de Mogón, Villacarrillo, Jaén. En las cerámicas esta representación es más habitual, a veces acompañada de la diosa, o de alguno de los símbolos de esta, por lo que se estaría representando la conjunción de las dos partes del cosmos, complementarías y opuestas, como en una hierogamia. En esta ave de alas abiertas se ha querido ver al ave fénix,
símbolo de Melkart/Herakles.
Símbolo de Tanit.
Ave divina en un vaso estilo Elche/Archena.
Evolución de las divinidades y las creencias religiosas
En la evolución que experimentan las divinidades desde épocas antiguas, se desconoce el nombre que recibieron en el mundo ibérico, sin embargo, estas divinidades gozarían de unas características que permitirían su comparación primero con los dioses fenicios y, más tarde, con los griegos y romanos con los que fueron asimilados, en un proceso bien conocido en diferentes culturas del mundo antiguo, desembocando en un tipo de religión de tipo sincrético, con fuertes connotaciones orientalizantes y mediterráneas.
El estudio de los santuarios y los materiales sacros y votivos hallados, así como otros restos materiales y la escritura, ha permitido diferenciar dos zonas en el mundo ibérico. La Sur y La de Levante y Noreste peninsular (Moneo, 2003). De esta forma, las diferencias observadas en la distribución que ofrece el culto a las divinidades ibéricas debe explicarse en función del diferente sustrato, tartésico en el Sur, Bronce Final valenciano en Levante y celto-ligur derivado de los Campos de Urnas en el Noreste, así como de las diferentes influencias de pueblos extranjeros, feno-púnicas en el Sur, y greco-focenses en el Norte, sin olvidar los diferentes grados de intensidad con las que se dieron estas relaciones con unas y otras regiones, y las influencias venidas desde el interior de la península, de pueblos de estirpe celta.
En el Sur de la Península Ibérica, los tanteos de comerciantes fenicios, cartagineses y púnicos, y el posterior establecimiento de sus colonias a lo largo de la costa, llevaron aparejados la introducción de sus sistemas y estructuras socioeconómicas, pero también de sus fundamentos ideológicos, de sus creencias, divinidades, cultos y arquitectura sacra. Como consecuencia, se produjo la incorporación y expansión de culto a diversos dioses, asegurando la integración de esas áreas en los circuitos comerciales fenicios del Mediterráneo, y un poco más tarde serían asimilados a las divinidades indígenas a través de las élites dominantes.
De esta manera, se puede observar como la Diosa Madre indígena ancestral, conocida al menos desde época Neolítica a través de las representaciones de los abrigos rocosos, que pasó a ser identificada en el periodo Orientalizante con una divinidad dinástica, la Astarté fenicia, diosa, que junto a Melkart, tenían a su cargo el bienestar, la tutela y la protección de la institución real, del rey, de su familia y, por extensión, del todo el pueblo, actuando en su favor y beneficio (Almagro-Gorbea, Moneo, 2000).
Astarté sedente del santuario del Carambolo.
Melkart broncíneo de Cádiz.
En torno al siglo IV a.C., la evolución socioeconómica que experimenta la Cultura Ibérica, unida a la presencia púnica en las costas del Sur y Sureste peninsular, llevaron aparejados un desarrollo y un cambio del concepto de la divinidad, aunque éste no se manifieste por igual en los diversos ámbitos del mundo ibérico, quedando restos del tejido cultural anterior orientalizante. Ahora, dentro del contexto de las nuevas aristocracias, Astarté, la antigua divinidad dinástica, debió adaptarse a la nueva estructura socioeconómica de un más marcado carácter agro-pastoril, por lo que la divinidad adquiere un matiz más colectivo relacionado con los cultos de fecundidad y de la muerte, actuando también como protectora de la población (Almagro-Gorbea, Moneo, 2000).
Esta divinidad puede considerarse similar o equivalente a la Tanit traída por los cartagineses, con la que acabaría sincretizándose, y aparece asociada frecuentemente a una divinidad masculina, Baal Hammon, dios púnico, compañero de la diosa, que personificaba el ritmo estacional de la vegetación asegurando, mediante su unión con Tanit, la renovación anual de la naturaleza, simbolizando fertilidad.
En el siglo III a.C. el cambio socio-ideológico que experimenta la cultura ibérica hacia una aristocracia más igualitaria, la cristalización de los grupos étnicos de que se hacen eco las fuentes, y el proceso de romanización, traerán consigo nuevos cambios, que en la religión se tradujeron en la incorporación de nuevos ritos relacionados con el agua, la fertilidad y la sannatio, y el desarrollo de los cultos públicos y populares, así como la asimilación de nuevos dioses. En este sentido, la antigua Tanit púnica fue sincretizada con Dea Caelestis como evidencia la inscripción del santuario de Torreparedones y, en un nivel superior, con la Iuno romana como documenta la epigrafía monetal de Illici, pero también con la Venus romana y Afrodita griega.
Por otra parte, la zona Noreste y levante de la penínsular, más influidos por el mundo focense, se extendió el culto a la Artemis efesia, como nos cuenta Estrabón (IV, 1,5): « A los iberos, a los que comunicaron los ritos de su culto nacional a Artemis Efesia…», sin embargo el culto a esta diosa parece complementarse, al menos en las zonas más interiores del valle del Ebro, con el culto a Deméter y un dios, tal vez el Bokon ibérico, asimilable a Liber Pater romano y al Dionisos griego, y a Triptolemos, que al modo del mundo meridional, actuaría como su compañero según documentan los hallazgos arqueológicos. Pero a esta divinidad Artemis-Diana-Deméter pudiera considerarse equivalente a la Astarté-Tanit-Juno Caelestis del Sur y Sureste peninsular, pues no sería sino una interpretación de la Diosa Madre indígena ancestral y con múltiples atribuciones, ya que sus características dependerían tanto de su contexto cultural como de la evolución cronológica (Almagro-Gorbea, Moneo, 2000).
Un proceso parecido cabe intuir igualmente para las divinidades masculinas, aunque éstas están poco representadas en el mundo ibérico. En la parte meridional, la presencia del Melkart fenicio va acompañada de la aparición de figuras masculinas en señal de ataque, los smiting gods orientalizantes, que se han identificado con divinidades dinásticas, tal vez por reproducir la figura del rey que se identifica con el antepasado mítico, con el dios.
No obstante, al desaparecer la monarquía sacra, esta figura, al igual que sucedió con la divinidad femenina, Astarté, experimentó una evolución, de tal forma que Melkart fue asimilado al dios púnico Baal Hammon. Este sería asimilado posteriormente al Saturno romano.
Posteriormente, revitalizado en época helenística y estimulado por los Bárquidas, debió renacer el culto a Melkart, pero convertido en el Herakles helénico, con funciones como la de fundador mítico de ciudades. La difusión de este culto a Herakles por todo el ámbito ibérico, queda atestiguada por el complejo simbolismo de las páteras argénteas de Perotitos y Tivissa, cuyas alusiones a Herakles deben relacionarse con cultos funerarios a antepasados míticos heroizados, que acabarían siendo el heros ktístes de la ciudad y la población.
En definitiva, parece que dentro del marco religioso de los pueblos iberos, la Diosa Madre que se documenta en representaciones de época Eneolítica y Edad del Bronce inicial, sería asimilada a las primeras representaciones de diosas fenicias que llegan a la Península Ibérica. Será identificada con Astarté, señora de los animales y de la fecundidad. Posteriormente se sincretizaría con Tanit, que iría acompañada de Baal, y acabaría identificada con Deméter, Artemis y Juno. Los múltiples atributos que tendría la diosa ancestral serían igualados a los que estas divinidades tenían por separado en sus respectivos lugares de origen.
Los diferentes pueblos colonizadores trajeron consigo su cultura y el pueblo ibérico solo puede ser entendido como consecuencia de la impronta que la cultura de fenicios, púnicos, griegos, romanos y celtas dejó en los pueblos asentados desde el mediodía peninsular al Rosellón francés, los cuales partían de una base socio-ideológica heredera de las etapas finales del Bronce, o incluso de momentos anteriores. Y tampoco debemos olvidar a toda una serie de divinidades menores, como genios, númenes, ninfas y espíritus benéficos, que se supone morarían en lugares como montañas, cuevas, ríos o bosques y que formarían el tejido elemental del entramado religioso de los íberos, sin embargo no son conocidos al nivel de las divinidades principales y su interpretación es complicada, aunque cabe suponer que la importancia y cotidianidad de su culto fue constante durante toda la vida de la cultura ibérica.
[1] Las monedas de Arse-Sagunto parecen reflejar el mito de fundación documentado por las fuentes literarias, según el cual la ciudad había sido fundada por Hércules (Sil. It. Pun. I; Est. Pap. Sil. IV), lo que se ha relacionado con la tradición de emparentar a ciudades famosas con divinidades para acrecentar su prestigio e importancia.
[2] Moneo, T. (2003): Religio Iberica. Santuarios, ritos y divinidades, Madrid. Se trata de figuras de piedra y más frecuentemente, en terracota, en las que se representa una dama sentada en un trono con uno o dos niños sobre sus rodillas, a los que parece amamantar.
[3] Símbolo de fuerza, del valor viril de la lucha, de la bravura, relacionado con el sol por su actividad, por su fecundidad, con la luna. El toro era ya un animal propiciatorio de especial valor para muchos pueblos de la Antigüedad. Pinturas rupestres del Neolítico en el norte de África muestran imágenes de toro que llevan el sol entre los cuernos. En Egipto se adoraba a la diosa de la fecundidad, Apis, en figura de toro o de buey; frecuentemente, con el disco solar entre los cuernos. En la cultura minoica, el toro, como símbolo de poder y de fecundidad, jugó un papel de especial importancia. La mitología iraní conoce la encarnación de la fecundidad cósmica en la figura de un toro primigenio que fue muerto por Mitra, y de cuyo cuerpo crecieron después todas las plantas y animales. El sacrificio del toro y el bautismo en sangre de toro en el culto de Mitra, adoptado por Roma, del que estaban excluidas las mujeres, demuestra la constante utilización del toro en relación con las fuerzas de la fecundidad, de la muerte y de la resurrección.
Aunque en realidad, entré buscando más información sobre la Dama de Baza, me ha parecido un artículo interesantísimo. Muchas gracias!! Con permiso, lo voy a compartir en @La Jamula de Baza
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