Santuarios de control territorial
Los santuarios ibéricos de control territorial se caracterizan por aparecer emplazados en lugares naturales ocupando la cumbre o las laderas de una colina o montaña que aparece destacada sobre su entorno. Este tipo de santuario aparece asociado a regiones o comarcas que permiten algún tipo de cultivo agrícola, actividad pastoril o ambos, y en proximidad de poblados de los que distan entre 300 m. y 1,5 km., lo que evidencia la posición estratégica de estos santuarios en el control del territorio y de sus pobladores, así como del dominio de importantes vías de comunicación naturales, caminos y vías fluviales (Moneo, 2003).
Este tipo de santuarios plantea el problema de identificar e interpretar su estructura, ya que la mayoría de estos santuarios se documenta por el hallazgo de sus depósitos votivos o por restos de materiales sacros, como betilos, exvotos, cerámicas, pebeteros, relieves de équidos, oro y plata…etc. En los casos mejor conocidos, el estudio de las plantas de estos santuarios permite establecer su carácter de lugar de culto al aire libre, a veces con uno o varios compartimentos cubiertos, pudiéndose diferenciar tres tipos principales:
En el primer tipo, el espacio sacro estaría constituido por un temenos con altar de piedra, con posibles betilos o estelas, que parece quedar asociado a una construcción de difícil identificación, como ocurre en los casos del Chorrillo (Alicante), y les Encantades de Montcabrer (Barcelona).
El segundo tipo vendría determinado por un santuario de planta semicircular o circular, como en Montaña Frontera de Sagunto (Valencia), o rectangular, estando formado por una habitación, una cella o un patio, que contiene al fondo una plataforma con pilares a modo de sancta santorum, además de hogares rituales y bancos corridos a lo largo de sus paredes, como el santuario de Santa Bárbara, Castellón.
En el tercer tipo, más complejo, el santuario se caracteriza por aparecer integrado formando parte de una construcción mayor. Consta de un patio y de uno o dos compartimentos cerrados sin comunicación, que constituirían la cella y el adyton o depósito votivo, como evidencia el hallazgo de materiales arqueológicos, como exvotos y cenizas, en el santuario del Cigarralejo, Murcia. Este complejo se completaba con una serie de habitaciones, almacenes y otras estancias, y tal vez un pozo (Moneo, 2003).
Los pocos ejemplos arquitectónicos documentados evidencian diferencias constructivas en las que influyen la mayor o menor importancia de la población con la que están relacionados, la evolución cronológica y las tradiciones arquitectónicas y sociales del propio sustrato cultural. Este tipo de construcciones parecen tener su origen en la fase antigua del mundo ibérico, en el siglo VI-V a.C. e inicios del IV, como se atestigua en La Luz, el Chorrillo, el Cigarralejo, El Recuesto, el Castellar de Santiesteban o Coimbra del Barranco Ancho.
En esta fase el mundo ibérico conoce grandes cambios que, desde un punto de vista social y económico, se tradujeron en la progresiva transformación de las monarquías heroicas por monarquías aristocráticas guerreras o meras aristocracias (Almagro-Gorbea, Moneo, 2000) y, en un mayor peso de la economía agrícola y ganadera, lo que condujo a la aparición de mayores oppida que controlaban el territorio explotado (Moneo, 2003).
En esta organización destaca el santuario de control territorial como lugar de reunión de los habitantes del territorio, donde llevar a cabo ritos para asegurar el dominio, la renovación de pactos y fuerzas de la sociedad, la fertilidad o la fecundidad.
Santuarios con estructuras similares se documentan en el Mediterráneo Oriental, desde Palestina hasta Chipre, Creta, Keos, Micenas, así como en el mundo púnico de Sicilia, Malta y Cerdeña. A partir del Bronce Medio, y sobre todo en el Final y Hierro I, se identifica una tendencia creciente a la aparición de construcciones sacras, de edificios de planta circular y rectangular, que incluyen en su interior el altar y es frecuente la aparición de bancos corridos y hogares de carácter ritual, así como otras habitaciones probablemente destinadas a almacenes. El sancta santorum se separaría durante la última fase de la evolución arquitectónica de estos edificios y aparecerían los de planta irregular, compuesta de varios ambientes.
La localización de los santuarios en lugares elevados, quizás estuviera revestida de algún carácter sacro, simbólico, pero sobre todo, su función como elemento destacado dominando un amplio territorio desde lo alto, está bastante clara, pues desde ellos se ejercía un control sobre el valle. Además su vinculación al oppidum principal permite plantear una función de control sobre el territorio, como lugar de encuentro de la sociedad, donde periódicamente se reuniría para llevar a cabo sus ritos, lo que contribuiría a la cohesión del grupo.
Siguiendo estas características tenemos ejemplos como el Chorrillo (Alicante), que controla el valle del Vinalopó y orbitan en torno a él asentamientos secundarios, como el Puntal de Salinas, La Torre o el Zaricejo. Esto mismo también lo podemos ver en el santuario de Guardamar, que aparece emplazado en la desembocadura meridional del Segura, vinculado al oppidum del Castillo de Guardamar, que ejercía de centro jerárquico del poblamiento del valle, donde se situaban asentamientos de carácter agrícola dependientes de él, como el de Las Cañadas, Las Rabosas y el Cabezo del Molino de Rojales. Asimismo en los santuarios de Coimbra del Barranco Ancho y El Cigarralejo (Murcia), que más adelante desarrollaremos como ejemplos de esta clase de lugares sacros, podemos observar dichas características de esta tipología de santuarios.
El hallazgo en ellos de pebeteros en forma de cabeza femenina y relieves de animales en estos santuarios ha llevado a plantear un culto colectivo de carácter agrícola y pastoril, que incluía una procesión al santuario, la realización de libaciones, como evidencia el altar subterráneo del templo B de La Encarnación (Ramallo y Brotons, 1997), el sacrificio y desarrollo de comidas rituales, cuya práctica queda atestiguada por el hallazgo de restos de animales en estos santuarios, y la ofrenda de las primicias de la cosecha, de exvotos, relieves de équidos, fíbulas, brazaletes, anillos, etc.
Estos ritos, basados en el ciclo anual de las estaciones, irían dirigidos a una divinidad de carácter celeste y ctónico al mismo tiempo, una divinidad femenina indígena ancestral de carácter fecundante y salutífero que cabría asimilar a una Diosa Madre o “Señora de los animales”, semejante a la Tanit/Deméter o a la Hera Hippia, a quien la aristocracia ecuestre ofrecía imágenes de caballos como símbolo de su estatus, fuerza y realeza. Esta divinidad actuaría en compañía de una deidad masculina, que la completaría, un dios solar de la lluvia y la vegetación que cabría asimilar a Baal-Hammon, cuya presencia queda documentada en los santuarios ibéricos, como en Coimbra de Barranco Ancho, por la aparición de figuras masculinas a las que se ha identificado como una posible representación del dios (Moneo, 2003).
Tras la romanización, alguno de estos santuarios continuó su uso, aunque ya quedarían dedicados a una deidad concreta, siguiendo el proceso de diferenciación de funciones que caracteriza a las divinidades del panteón griego y romano.
Ejemplo de este tipo de santuario:
Santuario de Coimbra del Barranco Ancho, Jumilla:
Se trata de un conjunto arqueológico constituido por un santuario, un poblado y tres necrópolis, la del Barranco, la Senda y el Poblado. Se sitúa en la estribación Norte de la sierra del Maestre, a 4,5 km. al Sur de Jumilla, Murcia (García Cano et al. 1991-2). Ocupa una posición estratégica al estar conectado con dos importantes vías de comunicación, la vía Heraklea que pone en comunicación la parte Suroriental de la Meseta con el Levante y el Sureste, y el camino que dará lugar a la vía Complutum-Carthago Nova.
El santuario se localiza en una colina y se desconoce estructura alguna, aunque se documentan restos de una construcción realizada en piedra y barro en una de las vertientes de la colina (Molina y Molina, 1991). Con él se han relacionado también, diversos materiales arqueológicos hallados, sobre todo los referentes a un depósito localizado en una pequeña grieta, que contenía pebeteros en forma de cabeza de tipo clásico, 10 platos, 2 botellitas y una posible crátera, dos botones, 1 fíbula La Tène I, una paloma de plata, 10 mascaritas laminares de oro y plata en las que se representa a una figura humana muy esquemática. Además en otras partes se hallaron máscaras de terracota, un fragmento de dama sedente, un anillo y un exvoto en bronce que representa a un guerrero, y fragmentos cerámicos de copas, kalathoi, vasos, platos y sigillatas hispánicas (Op. cit, 244).
Este santuario se ha fechado de mediados del siglo IV hasta inicios del siglo II a.C., en torno a los años 190-180 a.C., momento de destrucción de la necrópolis y el poblado de Coimbra de Barranco Ancho, con el que se ha relacionado. Estaría dedicado a una diosa indígena, una Gran Diosa de la naturaleza y la agricultura, identificada con Deméter-Isis o Artemis, señora de la vegetación y protectora de la naturaleza y la humanidad, a la que se uniría una pareja masculina impulsora de la fertilidad de la tierra (García Cano et al. 1997).
Su situación estratégica en el valle del Prado y su vinculación al poblado de Coimbra, que actuaría como oppidum centralizador de los asentamientos ibéricos de la zona: las Rambletas, el Manantial de la Buitrera y Coimbra de la Buitrera, ha hecho que sea interpretado como un santuario comunitario de control territorial semejante a otros documentados en el mundo ibérico (Moneo, 2003).
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