martes, 30 de diciembre de 2014

Lugares de culto en el Mundo Ibérico Parte IV

Santuarios supraterritoriales



Este tipo de santuarios ibéricos se ha documentado por ahora exclusivamente en la Alta Andalucía y el Sureste, en el Collado de los Jardines, La Luz, La Encarnación y Cerro de los Santos. Ocupan una posición estratégica en desfiladeros, como el Collado de los Jardines, en lugares elevados, como La Luz y La Encarnación, o sobre montículos destacados en el entorno, como el Cerro de los Santos. Pueden aparecer aislados, como este último, o vinculados a importantes poblados ibéricos, como La Luz con Santa Catalina del Monte, o La Encarnación con Los Villares. Estos santuarios siempre están asociados a zonas boscosas, cursos de agua, manantiales o afloramientos de aguas salinas o sulfurosas, y controlan caminos ganaderos en proximidad de importantes vías de comunicación de época republicana (Moneo, 2003). 

Parecen estar emplazados en zonas fronterizas de las antiguas regiones o etnias del mundo ibérico (Ruiz, Molinos, 1993), según las fuentes escritas, Collado de los Jardines al Sur de Oretania, La Encarnación en la frontera Este de Bastetania, y La Luz y el Cerro de los Santos en el Sur y Norte de la Contestania. 

Desde el punto de vista arquitectónico se caracterizan por presentar una estructura monumental, formada por un complejo sacro dentro de un temenos, en ocasiones terrazas y con varios accesos, como en La Luz, donde un edificio rectangular ocupaba en lugar más elevado, el cual se ha identificado con un templo, que parece orientado astronómicamente. 

Este complejo se completa con un conjunto de construcciones, como pórticos en los accesos, almacenes, talleres de exvotos, cisternas, balsas, altares, thesauroi y un graderío, posiblemente relacionado con ceremonias públicas, como se ha visto en el mejor conocido caso de La Luz (Lillo, 1999). En el Cerro de los Santos se documentaron restos de habitaciones, anexos, thesauroi, un posible taller y estancias para el personal del templo (Ramallo, 1997). 

Los templos, que carecen de pódium en la mayoría de los casos, evidencian influjos de la arquitectura helenística y tardorrepublicana. El templo de La Luz es un edificio in antis dividido en pronaos y cella, y el del Cerro de los Santos, también in antis y posiblemente tetrástilo, con dos columnas centrales y dos posibles semicolumnas adosadas a los extremos de las antae. La misma planta se reproduciría en el santuario jienense, en su fase 3 y en la fase 2 del templo B de La Encarnación, mientras que en la 3 se transforma en templo octóstilo y pseudoperíptero. 

Se han documentado capiteles jónicos en el Collado de los Jardines, La Encarnación y el Cerro de los Santos, mientras que en La Luz aparecen de orden toscano. Asimismo han aparecido restos de cornisas, frisos y molduras, y no hay que descartar que alguno de los templos pudiese tener una rica decoración más rica, a juzgar por las garras de león o la cabeza aparecidos en el Cerro, fragmentos que pudieron formar parte de escenas iconográficas, tal vez de tipo mítico, semejantes a las documentadas en los frisos de los templos itálicos (Moneo, 2003). 

En el interior de estos templos es común la presencia de un mosaico, que en La Encarnación y La Luz es de opus signinum y en el Cerro de los Santos de opus tesellatum. En algunos casos pueden aparecer bancos corridos a lo largo de la cella o de las paredes de la pronaos, como se ha documentado en El Cerro y en La Encarnación, respectivamente. En La Luz apareció un basamento ocupando el fondo de la cella donde se situaría la estatua o símbolos de la divinidad, así como una oquedad o adyton (Lillo, 1993, 1995). 

En el interior del temenos los objetos suelen aparecer depositados en favissae, como la hallada en la terraza inferior del santuario de La Luz., y los posibles depósitos votivos del Collado de los Jardines y el Cerro de los Santos. Los exvotos suelen ser predominantemente de bronce en el Collado y La Luz, mientras que en El Cerro y La Encarnación se usa preferentemente la piedra caliza o arenisca. En todos los santuarios predominan los exvotos de figuras masculinas, en su mayoría guerreros y jinetes. En el Cerro de los Santos destacan junto a estos, las esculturas de damas, algunas sedentes, que al igual que las masculinas, parecen representar a personajes de cierto rango social. También es frecuente el hallazgo de armas: lanzas, falcatas, regatones, puñales, remates de cascos, en el Collado de los Jardines y El Cerro, y de pequeños cuchillos de carácter votivo, como en La Encarnación. Otros hallazgos son figuras de animales, sobre todo bóvidos y équidos, partes anatómicas, pebeteros en forma de cabeza femenina, fíbulas, objetos de adorno, objetos metálicos de uso doméstico, fusayolas, lucernas, cerámicas y monedas. 

En cuanto a los paralelos de este tipo de santuarios, son numerosos en otras partes del Mediterráneo, sobre todo en Grecia y en el centro de la península Itálica. Citaremos por ejemplo los santuarios de Pietrabbodante (región del Sannio, Italia), fechado en el s. III a.C., situado junto a una importante vía de comunicación, con una disposición aterrazada y un templo que fue evolucionando, si bien siempre conservó planta rectangular y estilo helenístico, y cuyos exvotos son armas y figuras en bronce y terracota principalmente; el de Vastogirardi, también en el Sannio, datado en el siglo II a.C., próximo a una fuente de carácter salutífero, que incluía un templo de planta rectangular con cella y antae, y se hallaron exvotos en terracota antropomorfos, anatómicos y de animales, bóvidos sobre todo. El santuario de Fortuna Primigenia, en Praeneste, datado en el s. II a.C., que ofrece una posición estratégica, y se compone de un complejo articulado de terrazas superpuestas, localizándose en la superior un templo y una cuva, además de balsas, pozos y edificios anexos. 

Por otra parte, en Grecia podemos citar ejemplos como los santuarios de Olimpia, Delfos, Corinto, Egira o el Heraion de Argos, que se componen de un templo y diversos edificios, y en ellos se realizaban ofrendas de exvotos, armas, joyas, y cerámicas relacionadas con la práctica de comidas rituales, al igual que en los santuarios ibéricos, además de ser lugares de importancia política y religiosa a nivel regional o incluso panhelénica como Delfos. 

Volviendo a la península ibérica, en cuanto a la interpretación de estos lugares, la excavación de la mayoría ha sido realizada en fechas antiguas, lo que dificulta el conocimiento de sus estructuras y su interpretación funcional y ritual. Los restos que mejor se conservan son los correspondientes a la última fase, siguiendo el proceso de monumentalización de los santuarios ibéricos en época republicana. 

Estos santuarios parecen tener su origen en el siglo V-IV a.C. y en este periodo, fundamentalmente durante el s. IV, el mundo ibérico experimenta grandes cambios, ya que las monarquías de tipo heroico precedentes fueron paulatinamente sustituidas por monarquías aristocráticas, o aristocracias de carácter guerrero, proceso que continúa hasta época bárquida, momento en que parecen renacer las tradiciones dinásticas (Almagro-Gorbea, 1996a). Este proceso dio lugar a la aparición progresiva de formas urbanas, en las que el oppidum principal de mayor tamaño se convirtió en centro político y administrativo de un amplio territorio, de una región o una etnia. En esta organización regional, los santuarios supraterritoriales pasarían a funcionar como lugar de reunión neutral de los representantes de los oppida que integraban las diversas ciudades-estado, a las que el santuario estaba vinculado. Además, su carácter fronterizo también puede indicar que se tratase de lugares de encuentro interregional (Moneo, 2003). 

La monumentalización que experimentan a partir del siglo III a.C. estos santuarios se explicaría, tal vez, como un símbolo del control del Estado, consecuencia de la autoafirmación de la clase dirigente, los régulos ibéricos, que de este modo revalorizarían su poder y las tradiciones religiosas vinculadas al culto heroico a los antepasados divinos como progenitores de la estirpe, de la ciudad y de toda su población (Moneo, 2003). 

En estos santuarios la aparición de exvotos de figuras humanas, jinetes, caballos, armas y joyas, puede interpretarse como un deseo de exhibición pública del prestigio, poder y autoridad de una aristocracia de carácter ecuestre. 

Los ritos, de los que se desconoce su periodicidad, consistirían en la realización de lustraciones, procesiones, sacrificios, comidas rituales y asambleas, como se puede desprender del graderío documentado en el santuario de La Luz. 

La sanción divina era imprescindible en las decisiones que afectaban a toda la población, como el establecimiento de leyes o cuestiones relacionadas con la guerra y paz. También pudieron ser lugares de mercado o feria, ya que quedan emplazados en vías de trashumancia. 

Más complejo resulta señalar las divinidades que regían estos templos. En el caso de La Luz, que se desarrollará a continuación, el hallazgo de una escultura de mármol con polos e himation, ha sido vinculada con una Diosa Madre ancestral de la fertilidad y ctónica, identificada con Deméter, a la que se uniría la divinidad masculina, Melkart/Herakles, como parece revelar el nodus Herculeus representado en la corona de la diosa. Este nodus, símbolo del vínculo matrimonial, evidenciaría la práctica de alianzas matrimoniales entre los diferentes grupos gentilicios, la cual sería sancionada en estos santuarios. 

En consecuencia, estos santuarios debieron jugar en la sociedad ibérica un papel esencial por su función de centro social, político, económico y religioso, y como lugar de encuentro de las ciudades que formarían cada una de las regiones del mundo ibérico, al menos desde el siglo IV a.C., pudiendo constituir también un lugar de encuentros interregionales.

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