viernes, 31 de octubre de 2014

La Sacralidad Ibérica

La Religión de los íberos




Es difícil hablar de un tema como el de la religiosidad de los iberos, cuando encontramos una gran carencia de noticias en las fuentes literarias greco-latinas de época clásica, las excavaciones arqueológicas nos ofrecen noticias escasas y fragmentarias y los datos se reducen prácticamente al análisis de las esculturas en piedra y metal, a los exvotos de los santuarios y a las representaciones en las pinturas de la cerámica, en espera de que algún día los textos hasta hoy incomprensibles de las estelas o de la misma cerámica nos ofrezcan datos sobre este aspecto tan importante de la vida de los pueblos.

En la región de influencia tartésica tenemos noticias por la arqueología de divinidades del ámbito fenicio, pero no tenemos la menor evidencia sobre su culto, sino sus posibles representaciones en objetos arqueológicos. Según el estudio de M.C. Marín Ceballos, ya sea en objetos arqueológicos como anillos o sortijas, placas, etc., como en templos dedicados a ellos aparecen en este área el dios El, divinidad del mundo ugarítico y bíblico primitivo, Baal, divinidad fenicia por excelencia, Melqart, con un santuario en Cádiz que irradia por toda la Baja Andalucía, llegando hasta Salacia en el estuario del Tajo y hasta la isla de Herakles en la región de Levante; también hubo un templo en Cádiz a Milk Astart y toda una serie de sincretismos de divinidades procedentes del mundo egipcio y en general del Mediterráneo oriental.

Por lo que se refiere al área ibera propiamente dicha piensa Presedo que hubo también en el aspecto religioso influencias griegas y púnicas que actuaron sobre el fondo preorientalizante de las influencias fenicias y tal vez griegas antiguas, pero más tarde tuvieron que ser reelaboradas por los indígenas, resultado de lo cual tuvo que ser una síntesis completamente distinta, ya que en ella actuarían concepciones religiosas ancestrales de los iberos heredadas de edades pasadas.


A partir de los testimonios que la arqueología y las fuentes literarias nos ofrecen podemos decir algunas cosas sobre los siguientes aspectos: dioses, lugares sagrados, culto y vida de ultratumba.

Dejando aparte ahora la influencia griega y oriental, aunque muy importante, pues sabemos que en Ampurias, según los arqueólogos, existió un templo de Asclepios, así como un templo dedicado a Serapis y evidencia de culto a Demeter y a la Artemis efesia, la cual, según las noticias de las fuentes clásicas, tuvo varios santuarios en la zona costera del Levante y, sin olvidar tampoco la influencia de los cultos y las divinidades traídas por los cartagineses -Baal Amón aparece en los textos como Cronos y Tanit como Juno-, a la vez que muchas inscripciones latinas dedicadas a la Dea Caelestis, que debe ser una asimilación de la citada Tanit y otra divinidad cartaginesa, Bes, aunque su representación se reduce a pequeños objetos de comercio que no prueban de manera decisiva la existencia de su culto, en el mundo propiamente ibérico no podemos nombrar ninguna divinidad adorada por los fieles. Sospechamos que se trata de un dios de los caballos o vinculado a los mismos una figura que aparece en un relieve entre dos figuras de caballos vistas de perfil, lo mismo que puede ser una divinidad masculina un jinete que lleva en su mano una flor de loto en pinturas de los vasos de Liria.

Hay un mayor número de posibles representaciones de divinidades femeninas que masculinas, por lo que probablemente los cultos femeninos predominaban sobre los masculinos, lo cual no representaría más que un fenómeno típicamente mediterráneo. Creemos con Presedo que en su inmensa mayoría quizá pueden reducirse al culto de la Gran Madre asiática, que predominó sobre el Mediterráneo a partir del Neolítico.

Hay unos lugares sagrados que dejaron huella arquitectónica, que son los santuarios de los que ya hemos hablado al tratar de la arquitectura. Pero, junto a ellos, hay otros entre los que destacan las cuevas del País Valenciano. Se trata de lugares alejados de los poblados y de difícil acceso, y que por su ajuar funerario, aunque pobre, puede fecharse el inicio de su uso en el siglo V a.C.


A pesar de la inexistencia de evidencias, no debieron faltar cultos en lugares que en las religiones antiguas son sacralizados, como los bosques sagrados, los montes o las fuentes.

Tampoco sabemos mucho sobre los cultos que tuvieron lugar en los santuarios ibéricos, aunque, a partir de los exvotos de los santuarios, se pueden ver ciertas actitudes que pueden indicarnos el modo de relacionarse de los iberos con la divinidad: devotos que saludan a la divinidad levantando el brazo derecho, otros que cruzan los brazos sobre el vientre o sobre el pecho o levantan ambas manos. En las estatuas de piedra y en los exvotos de bronce vemos oferentes de vasos conteniendo probablemente todo tipo de ofrendas.

En el capítulo religioso hay que incluir también las danzas de que nos dan noticia los textos literarios (concretamente Estrabón dice que entre los bastetanos bailan los hombres y mujeres cogidos de la mano), que tienen su representación en las pinturas de algunos vasos de Liria, así como otros testimonios en que los danzantes llevan ramas en las manos, danza que tiene un origen oriental y que pasó al mundo griego.


El rito funerario generalizado es el de la incineración, aunque no faltan testimonios de inhumaciones. Junto con la urna se entierran los objetos de uso corriente del difunto, destacando las armas en el caso de las tumbas de los guerreros, las cuales aparecen en ocasiones dobladas, como si se hubiese querido hacerlas "morir" con el guerrero.

Se encuentran también en las tumbas ibéricas una serie de objetos rituales: pebeteros para quemar perfumes y braserillos y jarros de bronce, posiblemente relacionados con ceremonias de purificación.


Una vez enterrada la urna y el ajuar la tumba se cerraba de muy distintas maneras y se recubría a veces con un túmulo. En tumbas monumentales aparecen varias urnas, lo cual nos hace pensar en que tuvieran un carácter familiar.
Sobre las ideas de los iberos acerca de la vida de ultratumba carecemos de textos. Sí parece evidente, a partir de la observación de las tumbas y ajuares y de la escultura funeraria (la más representativa es la Dama de Baza), que los iberos creían en la pervivencia de la personalidad. Por otro lado, la incineración significaría la purificación mediante el fuego.

Finalmente, como afirma Presedo, de la existencia de animales fantásticos en las necrópolis (grifos, leones, esfinges), que en el Mediterráneo tienen la función de guardianes del más allá, no se pueden extraer conclusiones automáticas, pues es posible que hubieran perdido su simbolismo originario.

Fuente: http://www.artehistoria.com/v2/contextos/5758.htm





miércoles, 29 de octubre de 2014

Marco geográfico y cultural del mundo ibérico

Los santuarios aparecen en todo el territorio ocupado por los iberos, el cual se extendía por Andalucía y el Levante hasta el Noreste de la Península Sureste de Francia, penetrando además hacia buena parte de La Mancha meridional y por el Ebro a la altura de Zaragoza, llegando incluso al Sur de Francia. En este vasto territorio de más de 1000 km2. de extensión se dan cabida diversos pueblos ibéricos los cuales Teresa Moneo (Moneo, 2003) enmarca en cinco grupos: el Meridional, el del Sureste, de la Meseta sur, el Levante y el Noreste peninsular, que ofrecen, y desde el punto de vista geográfico, morfológico y cultural características perfectamente diferenciales (Almagro-Gorbea, 1992).



Grupo Meridional

Este grupo comprende los territorios actuales del Sur de Extremadura, Badajoz y las provincias de Huelva, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Granada y parte de Jaén. Se subdivide, además, en dos grupos: el de la Baja Andalucía y la Alta Andalucía.

La Baja Andalucía ocupa las actuales provincias de Badajoz, Cádiz, Sevilla, Huelva y el Oeste de Córdoba que, en general, se identifica con la Depresión Bética. En la mitad oriental del Valle del Guadalquivir, entre Córdoba y Jaén, se caracteriza geográficamente como una zona con amplios valles fluviales con terrazas. Mientras que la mitad occidental se caracteriza por un paisaje formado por limos y fangos arenosos cuaternarios a partir de la confluencia del río Genil. Esta gran llanura está ocupada en su centro por una planicie semiacuática y pantanosa conocida como Las Marismas.

Durante la época de la Cultura Ibérica esta zona correspondía con la llamada Turdetania, en la cual habitaban la etnia de los turdetanos, cuyo centro estaba en el Bajo y Medio Guadalquivir, teniendo límites más imprecisos en el Norte y Oeste, donde se fueron celtizando progresivamente, lo que explicaría la distinción entre turdetanos y los llamados túrdulos, que se corresponden con las zonas montañosas (Almagro-Gorbea, 1990a). Esta región de gran desarrollo urbano era heredera directa del mundo tartésico que desapareció en el siglo VI a.C. Se considera la región más grande, fértil, desarrollada y rica económicamente debido al comercio en sus estuarios y por el Guadalquivir navegable, por poseer zonas de gran riqueza minera, además de producciones naturales y artesanales variadas de gran calidad (Estrabón, III, 2) y, con un gran desarrollo urbano, social y cultural.

En cuanto a la Alta Andalucía, actualmente corrresponde con el Este y Sur de la misma, a las provincias de Granada, Almería, parte de Jaén y Sur de Murcia en donde queda la mitad occidental de las Cordilleras Béticas. Entre las características geográficas destaca por sus paisajes calizos y arcillosos donde se sitúan diversas depresiones, altiplanicies, cuencas como la Depresión de Granada, zonas agrestes de montaña, como la Serranía de Ronda o Cazorla, o los conos volcánicos al Este de Almería. Cabe destacar también el nacimiento de los ríos Guadalquivir, Guadiana Menor, Segura, Guadalentín y Mundo, entre otros.

En época ibera esta zona correspondió con la región de la Bastetania. Según Almagro-Gorbea (1990a), esta zona a finales del Bronce recibió gran influencia tartésica y fenicia que explica el desarrollo cultural y urbano semejante a Tartessos y la posterior proximidad en muchos aspectos con los turdetanos. La organización sociopolítica puede intuirse de importantes nudos de comunicación como Basti o Ilurco y las evidencias en las necrópolis de una sociedad fuertemente jerarquizada. Económicamente, en estas zonas se desarrolladaban actividades agrícolas de regadío y cereal junto con la ganadería. Sin embargo, tenían más importancia las minas de plata de Cástulo, de cobre de Riotinto y las de Cartagena.

Sureste

Este grupo se correspondería actualmente con las provincias de Alicante, Murcia y Albacete. La zona alicantina se caracteriza por serranías, corredores y llanos, así como frentes más abruptos y dorsos suaves en su parte Septentrional. En esta zona y Murcia se observan alienaciones orográficas, de las que surgen depresiones y cuencas, además de valles interiores entre cordilleras. Estas cuencas, a veces, forman grandes altiplanicies como es el caso de Jumilla-Yecla. Finalmente en Albacete se extiende el paisaje de la gran llanura de La Mancha que no es otra cosa que una gran cuenca de sedimentación miocénica.

En cuanto a la cultura, estaba zona estaba dominada por la región de la Contestania, que va desde la desembocadura del Segura al Júcar. La influencia orientalizante de Tartessos por la vía Heraklea y, fenicios y púnicos más tarde, produjeron un gran desarrollo cultural con grandes núcleos importantes como por ejemplo la ciudad de Ilici. Respecto a la economía, existía una especialización geográfica donde en el interior de la Meseta era más ganadera y cerealística, y en las regiones costeras más hortícola y frutal, mientras que la pesca era una actividad complementaria pero importante. No hay que olvidar otra industria que debió ser importante, la cerámica, como atestiguan las producciones del taller de Elche-Archena. Por último, decir que la lengua de esta zona utilizaba escritura jonia (Moneo, 2003).



Meseta Sur

En esta zona aparecen escasos santuarios, estando los que se conocen en Toledo, Cuenca y Ciudad Real, con similitudes a los levantinos. En esta zona existen tres grandes y distintos paisajes morfológicos: el de campiñas, páramos y valles, y el de la llanura manchega. Además, al Sur se encuentra el Campo de Calatrava que se une con Sierra Morena y forma una frontera natural con Andalucía. Actualmente en el área de Ciudad Real estaba ocupada por la etnia de oretanos, controlando una zona estratégica por los contactos con el Alto Guadalquivir y la costa del Sureste.
Esta zona era rica en recursos naturales como la importancia de la minería de hierro, cobre y plata, así como la adecuación para el cultivo del olivo y otros árboles como la castaña, a lo que habría que incluir la ganadería, destacando los caballos. Todo este conjunto, además se ve complementado con una riqueza en madera, caza y la pesca fluvial.

Levante

En este grupo están incluidas la provincia actual de Valencia, una zona que va desde Castellón, pasando por la desembocadura del Palancia a su paso por Sagunto, hasta llegar al Norte de Alicante. Esta zona se caracteriza en su geografía por grandes barrancos y gargantas hondas que determinan grandes muelas como, por ejemplo, la de Albéitar. Además también hay valles, como el de Cofrentes y el de Montesa.
En el mundo ibérico, esta zona se corresponde con región Edetania. Sus influencias provienen de las colonias griegas en el territorio valenciano durante el Bronce, además de la difusión de la iberización proveniente del Sur. Esta razón es la que les llevó a conocer un gran desarrollo a partir de mediados del siglo V a. C.

La arqueología muestra evidencias de grandes núcleos de hasta 8 ha. situados en la vía Heraklea, junto a otros menos densos. El mejor conocido es Arse-Saguntum, la ciudad más rica y desarrollada. El sustento económico provenía de la agricultura de secano, hortofrutícola y de leguminosas, complementándose con la práctica ganadera, caza, pesca o marisqueo. También se dedicaban a actividades industriales con la lana, el cultivo del algodón y el lino, y fueron célebres por la creación de los tejidos, como los de Saitabi, y la alfarería, como evidencian las ánforas y las cerámicas del tipo Oliva-Liria.
En la escritura, ésta se documenta como "ibérico septentrional " que se documenta desde el Levante al Rosellón, llegando incluso al valle oriental del Ebro (Moneo, 2003).

Noreste

Esta zona incluye Cataluña y las provincias de Castellón, Teruel y Zaragoza, donde se han documentado escasos santuarios. En Castellón entre sus características geográficas destaca el relieve de serranías y valles interiores junto a llanos litorales como la Plana de Castellón. Más al Norte se encuentran el Maestrazgo y el Desierto de Las Palmas. El relieve de Zaragoza es diverso, con varias Sierras y amplios valles como los formados en el curso de los ríos Aragón o Ebro, entre otros. En Cataluña el relieve está determinado por tres granddes estructuras morfológicas como son los Pirineos, las Cordilleras Costeras y la Depresión Central. Éstas están cortadas, a su vez, por las grandes arterias hidrográficas catalanas, el Ebro y sus afluentes, entre los que destaca el Segre.

Durante la cultura ibérica, esta zona estaba ocupada por un mosaico de pueblos: los ilergavones, que comparten territorio con sedetanos; al Norte limitan con los ilergetes, habitantes de la Cuenca Del Segre, entre otras, y por la costa se hallan los cosetanos/cesetanos; al Norte de éstos se encuentran layetanos junto con lacetanos; Más al norte, se ubicaban indiketes, cuya ciudad epónima se sitúa en Ampurias; este pueblo limita al Norte con los sordones y en el interior con los ausetanos. Existen varios grupos menores como son los bergitanos de Berga, los ceretanos de la Cerdaña o los andosinos y arenosos del Valle de Arán (Moneo, 2003).

Esta zona es influenciada por la cultura de los Campos de Urnas, relacionada tal vez con el mundo celtoligur (Almagro y Moneo, 2000). La cultura íbera en esta zona se desarrolló tardíamente, a mediados del siglo V a.C. alcanzando plenitud cultural, económica y demográfica en algunas zonas a partir del siglo IV a. C. Es en este momento donde hay mayor influencia helé
nica y se da la desaparición de los Campos de Urnas. Por ello, no se conocen poblaciones importantes hasta épocas tardías que indica el poco desarrollo urbano y territorial.

En la economía de esta región se conocen importantes producciones de vino, como así atestiguan fuentes latinas, durante la República y el Imperio, y que corroboró la arqueología. Además se cultivaba el lino, desarrollándose su industria, así como la explotación de minas de sal, hierro y plata.
                         
                         


        Principales pueblos de la Hispania prerromana. Se pueden observar las principales colonias fenicias, púnicas y griegas.

domingo, 26 de octubre de 2014

El santuario de La Luz



Del siglo XVIII datan las primeras noticias sobre el Santuario de la Luz, referencias expuestas por el Canónigo Lozano en su Contestania y Bastetania del Reyno de Murcia obra en la que mencionaba los interesantes restos de estructuras y materiales en el área Verdolay - La Luz.

El hallazgo de numerosos exvotos en bronce por los monjes el Cercano Convento de la Luz, la posterior venta de estos el Museo Arqueológico de Barcelona y el posterior estudio de estos por parte de Bosch Gimpera, motivaron el inicio de las primeras campañas de excavaciones en el yacimiento por parte de Mergelina Luna. Tras estos primeros trabajos, continuaron otros muchos que tuvieron a los exvotos en bronce su principal referencia; el propio Bosch Gimpera, Álvarez Ossorio, Fernández Avilés o Jorge Aragoneses fueron algunos de los investigadores que publicaron sobre los exvotos de la Luz.

Las investigaciones en el Santuario de la Luz se iniciaron en la década de los 20, impulsados por los hallazgos en el Cerro de los Santos y por las primeras campañas de excavaciones en el Santuario ibérico de Los Jardines de Santa Elena (Jaen), en Sierra Morena. Tras las excavaciones de Mergelina Luna en el Santuario de la Luz durante estos años, se produjo un amplio parón en las actividades arqueológicas hasta el año 1990, año en el que la Universidad de Murcia reemprendió las campañas de excavaciones en el Santuario bajo la dirección del Dr. Pedro A. Lillo que contó durante todos estos años con la colaboración de numerosos estudiantes de arqueología de la Universidad de Murcia.

La continuación de las excavaciones en la Luz tras este prolongado parón se debió se produjo con una triple intencionalidad: la formación en métodos y técnicas de excavación arqueológica y de dibujo de campo de los alumnos de la Universidad de Murcia, la consecución de un proyecto sistemático de investigación sobre un Santuario ibérico su contexto, y por último, el propósito de integración en el contexto general del Parque Natural de El Valle - La Fuensanta de este yacimiento.

Las intervenciones realizadas en este importante yacimiento panibérico sacaron a la luz los restos de una estructura de un templo y su temenos, de inspiración greco-itálica, construido en el tránsito de los ss III al II a.C, en los años inmediatos posteriores a la ocupación romana de toda la zona.

El lugar elegido para su ubicación habría sido en lo alto de la colina que presidía el Santuario ibérico, una pequeña cima rocosa a 17 metros sobre el área de santuario y en la que en épocas posteriores sólo debió haber un pequeño altar hecho como simple montículo de piedras trabadas con barro pero con un gran valor cultual. Desde los primeros momentos de existencia, hasta su destrucción, unos cincuenta años después de la construcción del templo, parece pervivir un culto asociado a las divinidades Démeter-Perséfone, en torno al ciclo anual de la fertilidad cultual.

El templo y su entorno inmediato (el temenos, las terrazas y los caminos deambulatorios), representan el último capítulo de la dilatada existencia de un importante centro de devoción en época ibérica, claramente vinculado en un principio a los influjos de las corrientes mediterráneas.

Las excavaciones arqueológicas en el Santuario, el estudio de su entorno más inmediato y de los materiales hallados han generado una importante bibliografía publicada en revistas especializadas, además de haberse diseñado una página web sobre este importante edificio cultual y que se ha convertido en uno de los principales referentes de la arqueológica ibérica en la red.



                         Maqueta del posible aspecto del complejo templar de La Luz.




El santuario ibérico de La Luz se enmarca dentro de los llamados santuarios supraterritoriales (Moneo, 2003), el tipo de santuario ibérico de mayor importancia por controlar un amplio territorio que abarca diversos oppida. 

Este tipo de santuarios ibéricos se ha documentado por ahora exclusivamente en la Alta Andalucía y el Sureste: en el Collado de los Jardines, La Luz, La Encarnación y Cerro de los Santos. 

Ocupan una posición estratégica en desfiladeros, como el Collado de los Jardines, en lugares elevados, como La Luz y La Encarnación, o sobre montículos destacados en el entorno, como el Cerro de los Santos. Pueden aparecer aislados, como este último, o vinculados a importantes poblados ibéricos, como La Luz con Santa Catalina del Monte, o La Encarnación con Los Villares. 

Estos santuarios siempre están asociados a zonas boscosas, cursos de agua, manantiales o afloramientos de aguas salinas o sulfurosas, y controlan caminos ganaderos en proximidad de importantes vías de comunicación de época republicana (Moneo, 2003). Además, parecen estar emplazados en zonas fronterizas de las antiguas regiones o etnias del mundo ibérico (Ruiz, Molinos, 1993), según las fuentes escritas, Collado de los Jardines al Sur de Oretania, La Encarnación en la frontera Este de Bastetania, y La Luz y el Cerro de los Santos en el Sur y Norte de la Contestania respectivamente.

El santuario de La Luz está localizado en El Verdolay, a 6 km. de la ciudad de Murcia, ocupando la vertiente Norte de la Sierra de la Cresta del Gallo, emplazado a 190 m.s.n.m en la cima de un cabezo, permitiendo el control sobre el valle del Segura, y próximo al poblado ibérico de Santa Catalina del Monte, emplazado a menos de 1 km., y su necrópolis, el Cabecico del Tesoro.


El complejo sacro ocupa más de 500 m2, constituido por dos colinas (Llano del Olivar, al Oeste y el Salent, al Este) separadas por un barranco, encontrándose en sus proximidades pequeñas surgencias de agua. En la vertiente Norte del Llano del Olivar, se documenta una construcción formada por varios recintos de planta cuadrangular o rectangular, de dimensiones no superiores a 4 metros de lado en ninguno de los compartimentos, salvo en el más suroriental que mide 2 por 6 m. Se han identificado hasta tres núcleos, separados por estrechos espacios entre los muros (Lillo, 1999a).

El área sureste del Llano del Olivar es mejor conocida, documentándose en ella un conjunto de estructuras delimitadas por un sólido muro que funcionaría a modo de temenos. 


                              Vista frontal del templo in antis de La Luz, según P. Lillo Carpio



Se han observado dos fases, la más antigua de finales del s. V a.C., cuando se aplanó el terreno y se alzaron varios recintos, con piedras y barro, que formarían distintas áreas con posibles altares y tenían pavimentos de tierra amarilla o rojiza, junto con cenizas apisonadas, procedentes de ceremonias sagradas. Los materiales de esta fase incluyen fragmentos de cerámica ática de figuras rojas, ánforas, cerámicas ibéricas, en su mayoría pequeños cuencos, páteras y vasos caliciformes.

En la segunda fase (s. III-II a.C.) se documenta una reestructuración. Para ello se llevarían a cabo ritos de purificación del suelo con almagra traída posiblemente de la Cueva Colorada, sita a 3 km. La parte superior de las estructuras anteriores fue reutilizada para construir nuevos recintos de menor entidad, realizados con zócalos y con tapial, de planta rectangular, y pavimentados con tierra roja con estructuras tumulares escalonadas que se han interpretado como aras sacrificiales. En torno a estas estructuras se hallaron, cubiertos por una capa de cenizas y tierra, restos de ofrendas, inhumaciones de lechones completos y osamentas de suidos adultos con señales de haber sido cocinados y consumidos, cornamentas de ciervos, huesos de paloma o tórtola, colmillos de jabalí, exvotos de bronce, adornos personales y pequeños cuchillos votivos de forma afalcatada (Lillo, 1999a). En los espacios identificados como thesauroi, se hallaron también gran cantidad de exvotos de bronce, que aparecieron mutilados intencionadamente siguiendo un ritual, boca abajo y con signos de haber estado envueltos por algún tipo de tela.

Esta segunda fase correspondería al momento de más auge del santuario. Este era un temenos con diferentes espacios y recintos cerrados con su correspondiente patio con altar en su interior, que quedarían vinculados a los diferentes grupos o fatrías (Lillo, 1999a).

En cuanto a la colina del Salent, zona más elevada del conjunto, se documentan 3 fases de uso que irían del s. VI a fines del II a.C., momento en que el conjunto sacro fue desmantelado y destruido. A la fase más antigua parece corresponder una antigua oquedad cárstica en cuyo interior se hallaron huesos largos de bóvidos y ovicápridos que se han relacionado con los ritos posteriores al sacrificio (Lillo, 1993). En las proximidades de esta cavidad se encontraron vasos protocorintios y un fragmento de cerámica jonia del siglo VI a.C.

En la segunda fase, fechada en el tránsito del s. V al IV a.C., se documenta una construcción junto a la oquedad anterior, en la que se halló un kylix ático de figuras rojas y restos de ánforas ibéricas (Lillo, 1995). Otros materiales de esta fase son restos de cerámicas ibéricas, vasos caliciformes, páteras, platos y restos óseos de animales.

En la tercera fase, datada en el tránsito del s. III al II a.C., corresponde a la construcción de un gran complejo monumental, un templo con terrazas escalonadas unidas con rampas que irían del templo al área de los recintos anexos. También se documenta un graderío y una amplia explanada (Lillo, 1995). La segunda terraza, la central, ofrece una anchura de 4 m. y al menos dos torres macizas semicirculares adosadas que cumplirían una función arquitectónica y defensiva (Lillo, 1999a). Bajando por la ladera Oeste aparecen balsas de agua que se han relacionado con ritos lustrales y de purificación, y hacia el Norte se localizan una serie de bancos y unas escaleras en mampostería que darían acceso a la terraza superior, donde se localiza el templo. Esta terraza ofrece una anchura de unos 6,50 m. En su parte más occidental y elevada se localiza el templo y, en el Sur, una fosa rectangular tallada en la roca con aparejo de sillarejo en caliza, identificada como una fosa de ofrendas. Al Este, a nivel más bajo, había un taller metalúrgico, a juzgar por los restos de ceniza, moldes, goterones de bronce y plomo y exvotos inacabados. 
En la parte más elevada de la colina también aparecieron cuatro grandes piedras trabajadas de caliza negra a las que se ha atribuido un carácter betílico o mágico (Lillo, 1993).



                                             Terraza Norte del complejo de La Luz




El templo sería in antis de planta rectangular de 4 por 2 metros en el perímetro interior y de 6,5 por 4,5 m. el exterior. Los muros de la cella median 44 cm de ancho, igual que el diámetro de las columnas. La cella tenía unas dimensiones de 2,10 por 2,50 m. y un pavimento de opus signinum (Lillo, 1995).




Frente a la fachada del templo se situaría un altar escalonado, del que formarían parte diversos fragmentos de calcarenita con motivos de volutas y otros con señales de larga exposición al fuego. También aparecieron dos columnas de arenisca roja con capitel toscano y la parte superior de una columna de calcarenita roja con capitel toscano y señales de fuego reiterado, que se ha interpretado como un ara sacrificial (Lillo, 1999a).


                                       Estructura rectangular correspondiente al templo propiamente dicho


También apareció una cabeza femenina de mármol blanco con corona en forma de nudo de Hércules, polos cubierto con himation, y ojos de pasta vítrea. Apareció golpeada intencionalmente y estaría situada sobre un pedestal. Se ha identificado con Deméter, diosa titular del santuario y se supone que estaría situada en el Thelesterion (Lillo, 1995).









miércoles, 22 de octubre de 2014

¿Quienes eran los íberos?

Cuando hablamos de los íberos, nos referimos al conjunto de pueblos que habitaron la parte oriental de la Península entre los siglos VI y I d.C., con rasgos similares entre ellos, como evidencia la cultura material, la escritura y la iconografía, si bien, teniendo en cuenta las diferencias culturales que en cada región pudieron darse, según el sustrato cultural inmediatamente anterior a la plena formación socio-ideológica de estos pueblos.


El marco geográfico de expansión de esta cultura abarca desde el Sur de Francia, hasta el Mediodía de la Península Ibérica, adentrándonos hacia el interior por los valles de los ríos Guadalquivir, Ebro, Júcar y Segura, e incluso llegando a zonas de la Meseta Sur.

Debemos tener en cuenta un hecho fundamental en esta gestación de la cultura íbera: la enorme influencia que los pueblos colonizadores de la Edad del Hierro en la Península Ibérica, dejaron en cada una de las regiones de Iberia. Estos pueblos eran los fenicios, que marcaron su impronta en la zona meridional de la Península, ayudando a crear una cultura, a la que a juzgar por los matices estilísticos que presenta, se la ha denominado Orientalizante, precisamente por los contactos e intercambios que con la llegada de este pueblo comerciante se dieron. 

Otro de estos colonizadores son los griegos, donde su influencia se ha dejado notar más intensamente en la zona Noreste y Levante, lugar de asentamiento de éstos, con enclaves como Emporion, Rosas o Hemeroskopeion.



Más tardíamente, con la caída de Tiro, metrópoli de las colonias fenicias, la mayor de éstas, Cartago, ocuparía el papel de los tirios, ocupando y creando nuevos asentamientos, pero esta vez con un marcado carácter colonizador imperialista, sobre todo en época de los Bárquidas.

La influencia de los púnicos se hará notar sobre todo en el Sur y Sureste, constituyendo muchas de las características que la sociedad ibérica reflejaría sobre los siglos IV y III a.C.

Finalmente, la llegada de Roma, a raíz de las Guerras Púnicas, marcará el punto de arranque de la época de esplendor de la Cultura Ibérica, ya plenamente desarrollada y con un alto grado de complejidad social e ideológica.