domingo, 9 de noviembre de 2014

Ritos y actos cultuales

Desarrollo del culto



El rasgo agrícola de los pueblos iberos fue fundamental para la sociedad. Tanto es así que se desarrolló paralelo al calendario  agrícola, un calendario cultural que incluía celebraciones diversas que se caracterizaban por las ofrendas de exvotos de diversa tipología, que representaban figuras de animales, antropomorfas o  de elementos de uso personal, junto otros objetos cotidianos, de lujo o de guerra, acompañados de sacrificios y libaciones.

La práctica de las libaciones está documentada, tanto por la arqueología, como por las representaciones con escenas de libación, como el relieve de Jávea con sacerdote con pebetero que extiende su mano sobre un ara para proceder a una libación ritual (Lafuente, 1952), como el relieve de Osuna donde se  ve a dos figuras femeninas que llevan vasos para proceder a la realización de una libación, o como la que reproduce el exvoto del siglo II a.C. procedente de la acrópolis de Sagunto o la escena de Torreparedones, en la que aparecen, de nuevo, dos mujeres, inclinando una de ellas un vaso tulipa  hacia la pátera que sostiene la segunda figura.   

Esta práctica además queda atestiguada por la aparición en el interior de los santuarios de lo que se conoce como altares de libaciones como los de Cancho Roano, Badajoz, el Chorrillo, Alicante, la Muela, Jaén, y La Encarnación, Murcia, y otros objetos cultuales, como son los askoi, copas, vasos con forma de ave, caliciformes, kenoi, páteras, jarras, cuencos, que se utilizarían en el vertido de agua, vino, miel, hidromiel, leche y aceite.

También la realización de libaciones pudo estar relacionada con la práctica de sacrificios, ya que la sangre del animal sería recogida y depositada en un recipiente junto a otros líquidos. 
Se atestigua esta práctica en los santuarios griegos, que mezclaban el vino con otras sustancias como agua, miel, hierbas, leche, perfumes o sal, así como en los fenicios, por la presencia de copas semejantes a las phialai griegas, que eran ofrecidas en el templo y debían servir para las libaciones practicadas en el culto (Moneo, 2003).

En cuanto a la práctica de sacrificios está bien documentada por las fuentes clásicas, como en Estrabón, que alude a que “los íberos sacrificaban al modo griego, recogen su sangre en un recipiente y atenúan los gemidos de la víctima con cantos y el sonido de la flauta (aulos)”. Pero además, otra fuente son las variadas representaciones en relieves como el situado en el monumento funerario de Pozo Moro, en el cual está representado un altar donde hay un jabalí (Almagro-Gorbea, 1983b),  o en un relieve de Porcuna, donde aparece representado un hombre con un manípulo o un mango de asador, que parece estar envuelto en el ritual y va a proceder al sacrificio (Chapa, Madrigal, 1997).

También encontramos una representación en la cual se ve a un hombre que degüella un animal con un cuchillo curvo a un carnero, encontrado en un bronce en Puerta de Segura, Jaén, o la escena de la pátera de Tivissa, además de inscripciones que nos hablan de este rito, como la procedente del Artemision de Sagunto.

A esto habría que añadir los hallazgos de cuchillos curvos encontrados en algunos interiores de santuarios como los de Castellar de Santiesteban, en Jaén, La Encarnación y La Luz en Murcia. Pero también se atestigua por la presencia de  restos óseos que pertenecen a diversas especies como son el cerdo, ovicápridos (las más abundantes), ciervos,  y caballos, encontrados las cuevas santuario de Puntal del Horno Ciego y Merinel, en Valencia, en el Cerro de los Santos, Albacete, La Muela, Jaén, o La Luz, Murcia, entre otros muchos santuarios. Estas especies se consideran como las más representativas pero no eran las únicas pues también se han encontrado restos de bóvidos, aves, perros, lagartos, serpientes e incluso peces, ya que se encontró una vértebra de pez en la Illa d'en Reixac (Moneo, 2003). Normalmente, a juzgar por los estudios arqueozoológicos, suele tratarse de individuos jóvenes, aunque también se dio con ejemplares adultos, como se ve con los restos de jabalíes hallados en La Luz.

El proceder de la práctica del sacrificio está bien documentado en costumbres del Mediterráneo Oriental, en Grecia  y Creta. Así pues el sacrificio se realizaría dentro de los límites del santuario en un lugar con cielo abierto y con altar donde el animal es llevado allí tras un acto procesal, el ritual del lavado y purificación. Tras esto llega el sacrificio, con un cuchillo y a veces, era quemado el animal en el altar o mesas portátiles (Santuario de la Escuera, Alicante). Estos restos se depositarían, junto con otras ofrendas, en un compartimento o favissa destinada a ello. Estos sacrificios podrían haber estado dirigidos a una divinidad celeste y ctónica.

Otra ceremonia documentada eran los banquetes rituales, como evidencian, entre otras pruebas, los restos óseos hallados con señales de haber sido cocinados y consumidos, y los restos de cerámicas y útiles de mesa y cocina. Podrían haber existido lugares destinados para los banquetes, al modo de los santuarios orientales. Por otro lado, el descubrimiento de soportes para recipientes para el vino, utilizados en los simposium, evidenciarían el uso generalizado de esta práctica ritual entre los grupos aristocráticos dominantes. Estas prácticas están documentadas muy bien en la zona del Egeo de Creta y Grecia,  y en las regiones itálicas. Un buen ejemplo es el templo de Tell Qasile en Palestina donde en sus tres estratos se documenta una habitación colindante al patio, que sería para preparar las comidas rituales; así como el estrato VII del templo Bet-Shan. En la zona itálica tenemos como ejemplo en Acquarosa durante la segunda mitad del siglo VI a. C.

Son los santuarios domésticos gentilicios los que ofrecen una información mayor sobre estas comidas rituales. En los santuarios dinásticos del mediodía peninsular, en una zona próxima al patio, se documenta una habitación interpretada como cocina, donde se prepararían los platos que serían consumidos posteriormente en el patio. Estos banquetes serían llevados a cabo por las élites, adquiriendo un carácter no solo sagrado, sino político (Moneo, 2003).

Las procesiones eran ceremonias en las que tomaba parte toda la sociedad, ya sea de forma pasiva o de forma activa. En algunos santuarios se han encontrado caminos que se han interpretado como el recorrido de dichas procesiones, como es el ejemplo del santuario de la Luz. Aun así, recorrido y la propia procesión, es difícil de determinar aunque, el fragmento de cerámica de La Serreta en Alcoy nos muestra lo que es parte de una procesión ritual en la cual la diosa es llevada en andas (Griñó, 1992).

Estas procesiones se desarrollaban durante el día pero también las había nocturnas como se ha interpretado la dama  del Cigarralejo que, al parecer, porta un cirio y que representaría a lychnáptria, figura femenina que porta las antorchas durante la ceremonia.  En estas procesiones también había desfiles rituales tanto de carácter femenino como masculino, como evidencia el oenochoe de San Miguel de Liria donde se ven tres figuras femeninas que portan una flor en la mano, los vasos de La Alcudia, con tres figuras femeninas que enlazan sus manos y sostienen palmas, o un fragmento de vascular de Illici en el que aparece un desfile ritual de hombres acompañados de liebres o conejos (Ramos Fernández, 1991b).
Otras procesiones tienen carácter fúnebre como evidencia el cipo funerario de Jumilla o el vaso de la necrópolis de Oliva, con dos frisos superpuestos de infantes con lanza y largos escudos ovales (Blánquez, 1993a).

Otra ceremonia la constituían las danzas, de diverso tipo, como muestran los hallazgos arqueológicos de restos flautas o crótalos en varios santuarios (Medellín, Cádiz, Badajoz, Ampurias e Ibiza), así como también sabemos por las fuentes clásicas. Estas danzas consistían en bailes entre hombres y mujeres cogidos de la mano, como han puesto de manifiesto los relieves de la danza bastetana de Fuerte del Rey, Jaén (Blázquez, 1983a), de Almedina, Ciudad Real y referencias en las fuentes clásicas, como Estrabón (III,3,7), que alude a que “en Bastetania las mujeres bailaban mezclándose con los hombres, unidos por las manos”, y como también podemos ver en el "vaso de los bailarines", o el oenochoe  de "combate de flautistas", ambos procedentes de San Miguel de Liria. Estas danzas tenían un carácter sagrado según manifiestan los exvotos de  guerreros bailando que proceden del Collado de los Jardines, en Jaén.

Las danzas con carácter guerrero incluían trifulcas entre jinetes, que eran acompañados de músicos, como se muestra en la copa y oenochoe de San Miguel de Liria. También son conocidas las danzas en ritos de fecundidad, presencia exclusiva de mujeres, y que algunos relacionan con  los bailes fálicos de tiempos remotos, a través de los cuales se buscaba impulsar la unión y renovación cíclica de la naturaleza. Un ejemplo de este tipo lo podemos ver en un vaso de San Miguel de Liria, donde se representa un ídolo itifálico y cuatro mujeres cogidas de la mano que se dirigen hacia una dama que ofrece un ave, posiblemente una diosa de la fecundidad.

También algunas danzas acompañaron a las ceremonias y rituales funerarios (Blázquez, 1997b), por lo general, carreras de carros o combates, acompañados por músicos, como se ve en la caja funeraria de Torre Benzalá, Torredonjimeno, Jaén, en los relieves de Alcoy, Osuna o las figuras con flauta, pandero y cítara que aparecen en una pátera de Santiesteban del Puerto, Jaén.

Para concluir, decir que estas danzas rituales acompañadas de música, fueron ceremonias practicadas en todo el Mediterráneo, como las danzas de los salios, que inauguraban la estación guerrera; las de los curetes en la entrada de la cueva de Ida en Creta; Cartago, como la representada en el cipo de Tharros; Palestina, donde la biblia menciona varios bailes rituales; o Fenicia, como las que aparecen en varias ánforas chipriotas, donde figuran escenas de música y danzas efectuadas ante la diosa entronizada (Moneo, 2003), etc. 

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