viernes, 7 de noviembre de 2014

Elementos del culto en la religión de los íberos

El estudio de los santuarios ibéricos ha permitido documentar una serie de dispositivos culturales como altares, así como de elementos sacros y votivos, como exvotos, relacionados con estas estructuras sacras. El análisis de estos elementos permite establecer una aproximación al tipo de ritos y creencias que serían practicados en el interior de estos santuarios.
En su interior se han identificado diferentes estructuras: plataformas con betilos, nichos y hornacinas, altares, hogares, bancos, posibles thesaouroi, favissae, depósitos votivos, y otros materiales de carácter cultual, como recipientes para libaciones.

Cabe destacar entre estos elementos del culto la presencia de plataformas elevadas con piedras hincadas a modo de estelas o betilos, y de hornacinas abiertas en la pared del fondo de la cella, que corresponderían al sancta santorum del recinto. Por ejemplo, estructuras con piedras hincadas se documentan en la fase más antigua del templo del Campello, Alicante, que tiene una plataforma y una losa hincada que se ha interpretado como una estela (Llobregat, 1988), o en la cueva-santuario de la Cocina, Valencia, han sido documentados dos betilos. Las hornacinas, como las documentadas en el Castellet de Bernabé, Valencia, o en La Escuera, Alicante, han sido interpretadas como el lugar donde se colocaría a la divinidad o la imagen de los dioses familiares identificados con los antepasados.
La importancia de estas estructuras queda confirmada por el hallazgo en sus proximidades de la mayor parte del material arqueológico, así como de hogares y restos óseos, que indican prácticas como el sacrificio y banquetes rituales (Moneo, 2003).

Los altares son bien conocidos en los santuarios ibéricos. En ellos se llevaría a cabo el sacrificio y pueden ser de varias clases. El tipo más frecuente es el altar realzado, como el documentado en el Parque Infantil de Elche, constituido por una plataforma de adobe (Ramos Fernández, 1992). Esta plataforma a veces puede adoptar forma de piel de buey extendida, símbolo de marcado carácter oriental.

En general, la forma de lingote chipriota o de piel de toro aparece en altares correspondientes a edificios con cronologías orientalizantes, situándose los más antiguos en el valle del Guadalquivir y a lo largo de la zona nuclear tartésica en lugares como El Carambolo (Fernández Flores y Rodríguez Azogue, 2005), Coria del Río (Escacena e Izquierdo, 2001, Escacena, 2002; 2006) y Alcalá del Río, en la antigua Ilipa (Ferrer Albelda y García Fernández, 2007), aunque también se documentan en yacimientos del interior peninsular como demuestran los conocidos ejemplos de Cancho Roano en Extremadura (Celestino, 1994; 2001) y de yacimientos tan septentrionales como el Cerro de la Mesa, en el valle medio del Tajo (Ortega y Del Valle, 2004), aunque también tenemos algunos ejemplos en el mundo ibérico como el aparecido en la calle Álamo de Lorca (Ramos et al. 2011), el hallado en Els Vilars, Arbeca, Lleida (Alonso et al. 2005), o el insertado en el pavimento de una vivienda del Oral, San Fulgencio, Alicante (Abad y Sala, 1993). Todos los hallados hasta ahora coinciden en una cronología que ubica su uso en el s. V a.C. 

En otras ocasiones este altar aparece formado por un monolito o estructura pétrea, como se documenta en los santuarios de Collado de los Jardines y Castellar de Santiesteban (Jaén), el de San Miguel de Liria (Valencia), o el de la fase más antigua del templo de La Luz (Murcia).
Asimismo, también pueden aparecer constituidos por una estructura de piedras trabadas con barro, que puede adoptar forma cuadrangular como el de cueva Colomera (Lleida) o el de la Alcudia de Elche, revestido de cal y pintado de rojo (Ramos Fernández, 1995a). También pueden ser escalonados como los tumulares de La Luz, Murcia (Lillo, 1991-2). En este santuario también se documentó un altar de tipo clásico, de base escalonada, gola con ovas y decoración de volutas fitomorfas (Lillo, 1993-4).
Estos altares suelen estar situados en el interior del santuario, en un espacio abierto, que puede coincidir con el patio del santuario.

Un segundo tipo de altar es el hueco o subterráneo, como el aparecido en La Encarnación, Caravaca, Murcia, bajo el umbral de la puerta de la cella, donde se vertían ofrendas y libaciones (Ramallo y Brotons, 1997). Este altar de naturaleza ctónica pudo haber estado situado al aire libre y sobre él se construyó el templo.
Una variante de ese tipo de altar es la que ofrece un recipiente en uno de los extremos, que recogería los líquidos vertidos sobre el altar. A este tipo correspondería en altar de libaciones del Palao de Alcañiz, Teruel, el del Chorrillo, Alicante o el de Cancho Roano C, Badajoz. Esta variante de altar es documentada en Micenas y Creta.

Un tercer tipo lo constituyen los altares-hogar, característicos de los santuarios domésticos gentilicios del Levante y Noreste peninsular. Se caracterizan por ocupar el centro de la estancia y presentar planta circular como en los santuarios del Puntal dels Llops, Valencia, o Aloda Park A y Moleta de Remei, Tarragona, aunque con más frecuencia ofrecen una planta rectangular como en los santuarios del Cerrón de Illescas, Toledo, Alto Chacón, Teruel y Moleta de Remei 17, o cuadrangular, como en el Castellet de Bernabé, Valencia. Estos altares-hogares a veces no coinciden con la planta de la habitación, por lo que se ha pensado que podían estar orientados astronómicamente.

Todos los altares aparecen asociados a hogares y restos óseos, que revelan la práctica de sacrificios, como revelan los santuarios de La Luz, Santa Bárbara, Perenguil y Aloda Park A, o de comidas rituales, como ha puesto de manifiesto el estudio de los santuarios urbanos (Almagro-Gorbea, Moneo, 2000).

                            Altar en miniatura procedente del templo B de Illeta dels Banyets, Campello.

Otro tipo de dispositivo cultual lo constituyen las mesas de ofrendas. Se caracterizan por ser de piedra o de barro, por lo general enlucido, y presentar una forma cuadrangular de superficie plana. Pueden aparecer aisladas como en el Cerro de las Cabezas, Valdepeñas, Ciudad Real, o estar adosadas a una pared, como en Torreparedones, Córdoba.
Su superficie superior plana, así como su asociación, en los santuarios ibéricos, a los altares, evidenciaría su carácter ritual y su función de complemento del altar, siendo un lugar de deposición de las ofrendas o instrumentos necesarios para el culto (Moneo, 2003).

Otro elemento son los bancos, que aparecen en el interior y exterior de algunos santuarios aunque es difícil reconocer si actuaron como asiento, o como lugar donde se depositaron las ofrendas votivas. Se documentan, por ejemplo, en el templo de La Alcudia, Ullastret-Corte 1, y el Cerro de los Santos, teniendo éste último bancos corridos tanto en el interior como en el exterior, en su pared Sur.

Por otra parte, existen otro tipo de elementos que constituyen el lugar de depósito de los restos de ofrendas y almacenaje de objetos rituales de los santuarios: los thesauroi, adyta, favissae y depósitos votivos. Los primeros son edificaciones aisladas, siguiendo modelos documentados en Delfos, Olimpia o Pietrabbondante. Ejemplos del mundo ibérico los tenemos en el Cerro de los Santos (Ramallo et al. 1998), y con más dudas en La Luz (Lillo, 1991-2).

En otras ocasiones, la habitación con los restos votivos aparece integrada formando parte del santuario, dando lugar al adyton, o compartimento destinado a las ofrendas, como ocurre en los santuarios de La Muela de Cástulo, Jaén, San Miguel de Liria, Valencia, y tal vez, en El Cigarralejo (Cuadrado, 1950a). Los mejores paralelos los encontramos en Palestina y Chipre, donde el santuario incluye, en ocasiones, una o varias habitaciones traseras para almacenar dones votivos (Moneo, 2003).

También las ofrendas pueden ir depositadas o amortizadas en favissae, es decir, en cisternas o fosas destinadas a recibir los materiales consagrados, cuando el santuario se colmata. Ofrecen una planta circular o rectangular, y tenemos ejemplos como la del Cerro de las Cabezas de Valdepeñas, o la del Castellar de Santiesteban, que alcanza los 60 m.

En el caso de los depósitos votivos, éstos se caracterizan por rellenar una depresión natural, como una grieta en la roca. Se documentan exclusivamente en los santuarios extraurbanos del grupo meridional Sureste y Levante, siendo bien conocido el caso de Coimbra del Barranco Ancho, Jumilla, Murcia, donde en una pequeña grieta apareció un depósito formado por pebeteros de terracota, láminas de oro y plata con representaciones figuradas, un colgante, una fíbula, un anillo y platos (García Cano et al. 1997). Asimismo, en La Encarnación, Caravaca, sendos depósitos con restos escultóricos, láminas de oro y plana, anillos, fíbulas, cerámicas, cuentas e collar y fusayolas (Ramallo y Brotons, 1997).

También se han documentado otros elementos, como cubetas y balsas, para el baño ritual purificador, como en La Luz, o cazoletas excavadas en la roca, como en Peñalba de Villastar, Teruel, interpretadas como una especie de altares para libaciones. Otro elemento son las fosas con restos óseos, de los sacrificios y/o banquetes rituales.

Además, debemos tener en cuenta las posibles imágenes de las divinidades, que si bien, no se han hallado pruebas claras de ellas, una cabeza aparecida en Castellar de Santiesteban, Jaén, y otra en La Luz, hacen pensar en la presencia de estas imágenes en algunos lugares y momentos.

No debemos olvidar toda una serie de objetos móviles que se emplean en el desarrollo de los ritos, como pueden ser los thymiateria, o quemaperfumes, pebeteros, vasos de libaciones, cerámicas, o altares en miniatura o arulae, de mármol, terracota o caliza, donde se quemaban perfumes y depositaban ofrendas. 
En cuanto a estas, podían ser de agradecimiento o de petición. Incluirían, además del sacrificio de animales, la ofrenda de alimentos e incienso, y la consagración de objetos a la divinidad por parte del oferente.

                                 Pebetero, necrópolis La Albufereta, Alicante. Siglos IV-III a.C.   

Los materiales de estos objetos son muy diversos: piedra, oro, plata, bronce, hierro, terracota, hueso y pasta vítrea. Entre ellos podemos encontrar elementos de adorno, como anillos, torques, colgantes, pendientes, brazaletes, diademas, fíbulas, cuentas de collar y agujas para el cabello. También se encuentran objetos de uso suntuario, como vasos, platos, páteras, ungüentarios, cerámicas de lujo y pequeños vasos para perfume, así como objetos de tocador y uso cotidiano, como pinzas, peines de hueso o bronce, agujas de coser, punzones, pesas de telar o fusayolas.
Asimismo, se ofrendaron armas como lanzas, falcatas, soliferrea, regatones, espuelas, partes de cascos y escudos, como en los santuarios de Collado de los Jardines y El Cerro de los Santos, en Jaén y Albacete respectivamente.

También han sido documentados objetos de cirugía como cucharillas, pinzas, y otros objetos, como carros votivos, clavos, llaves o cuchillos votivos afalcatados. A esta amplia gama habría que sumar las ofrendas de cereales como primicia de la cosecha, así como de otros frutos, y alimentos varios. También se piensa que se ofrendaban vestidos y cabellos, como es documentado en Creta, Grecia y el mundo itálico.

Sin embargo, los exvotos son el elemento cultual más numeroso y característico de muchos santuarios tanto ibéricos, como del resto del Mediterráneo. Son figuras animales, humanas y partes anatómicas realizados en piedra caliza o arenisca, bronce o terracota. El predominio de un tipo de representación en un lugar sacro concreto vendría determinada por la funcionalidad del santuario, mientras que la materia prima elegida se ha explicado en función de su disponibilidad. Estos argumentos han llevado a plantear la existencia de pequeños talleres de piedra locales, como el del Cigarralejo y el Cerro de los Santos, que se caracterizan por tener su propia personalidad y un proceso evolutivo que, en ocasiones, llega hasta la romanización.

El hallazgo de crisoles, restos de fundición y de un taller metalúrgico en Collado de los Jardines, y en La Luz, hacen pensar que en los santuarios muy importantes, como éstos, habitaban un grupo de artesanos que se encargarían de hacer los exvotos de bronce, al menos de forma estacional. De todos modos, la presencia de talleres junto a los santuarios está documentada en el mundo griego, por ejemplo, en los templos de Olimpia y Kalaphodi.
También es posible que ciertos exvotos de terracota y ciertas cerámicas se fabricasen en hornos existentes en el recinto del santuario, como ocurre en algunos santuarios itálicos, como el templo de Hera En Caere.

                                                                       Diferentes tipos de exvotos de bronce del santuario de Collado de los Jardines, Jaén.

Los exvotos de bronce y piedra parecen caracterizar a los santuarios del Sur y Sureste de la Península Ibérica, siendo más escasa su aparición en la Meseta, Levante y Noreste. Por su parte, las terracotas se distribuyen por toda el área de la Cultura Ibérica. Los más antiguos de bronce se documentan desde el s. VIII-VII a.C., y predominan en Medellín (Badajoz), Collado de los Jardines, Castellar de Santiesteban (Jaén) y La Luz (Murcia). Ya en el siglo IV-III, en el Cerro de los Santos (Albacete), La Encarnación (Murcia), El Cigarralejo (Murcia), Torreparedones (Córdoba) y Pinos Puente (Granada), se empleó como material principal la piedra. Los exvotos de bronce, realizados a la técnica de la cera perdida o trabajando simples láminas, pueden diferir mucho en cuanto a su manufactura y calidad y pueden medir de 2 a 18 cm. Las figuras humanas, masculinas y femeninas, pueden aparecer desnudas o vestidas, normalmente en forma única, pero también en grupo, y son, habitualmente, guerreros portando sus armas, jinetes, en posición orante y oferente, sobre todo las mujeres, y a veces portan algún objeto. 
Gracias a la variedad de tocados, adornos y vestidos con los que algunas de estas figuras aparecen representadas, se ha podido reconstruir el tipo de vestimenta utilizada por los pueblos íberos. Asimismo aparecen partes anatómicas, ofrecidas en algún tipo de rito salutífero, como pies, piernas, manos, brazos, cabezas, ojos, dentaduras, vísceras, troncos, senos, falos y posibles úteros. Y también se han documentado miniaturas de falcatas, cuchillos y carros.
En cuanto a las figuras zoomorfas, se documentan exvotos de muchas especies locales domésticas, como bóvidos, équidos, suidos, cápridos, y alguna salvaje, como un oso, o una libre. Predominan especialmente los caballos, seguidos de los toros.

                                                        Pareja de oferentes del Cerro de los Santos.

Por otra parte, los exvotos en piedra, pueden ser de bulto redondo, relieves o incluso grabados, y entre los mejores ejemplos podemos nombrar el gran conjunto de équidos aparecidos en El Cigarralejo, por lo que se ha interpretado como un santuario de importancia para la aristocracia ecuestre, o el Cerro de los Santos, donde sus damas oferentes, de diferentes formas y acabados, son muy representativas, y constituyen un conjunto escultórico único en el mundo ibérico.

                                        Exvoto pétreo de pareja de caballos del santuario del Cigarralejo, Mula.

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