domingo, 15 de marzo de 2015

Cueva de la Lobera (Castellar de Santiesteban)

Este santuario se encuentra situado en el cerro de los Altos de Sotillo (Jaén), entre los valles de Guadalén y Guadalimar próximo a la antigua vía prerromana conocida como el Camino de Aníbal. Está construido sobre una cornisa rocosa, aprovechando 3 cuevas naturales, con hornacinas entre ellas, la mayor, llamada la Caverna del Ídolo, mide 32 metros cuadrados de superficie.


Dentro de este santuario, cabe destacar el núcleo central constituido por la Cueva de la Lobera, así como una serie de cuevas más anexas, hasta un total de cinco, que podrían haber utilizadas como viviendas. La Cueva de la Lobera es un abrigo no muy profundo que se hallaba próximo al menos a dos manantiales de agua, la Fuente del Caño y la del Cotillo y daría origen al santuario, que aparece formado por la oquedad y tres terrazas localizadas frente a la misma.


La terraza más alta ofrece una longitud de 30 m. y a ella se accedería por una escalera se seis peldaños. La segunda terraza se comunica con la anterior por una rampa y de ella se conserva su muro de contención realizado con grandes sillares. En la terraza inferior se documentan los muros de aterrazamiento y restos de habitaciones que han sido interpretadas como viviendas o talleres por el hallazgo de moldes (Moneo, 2003).

La cueva, que ofrece un manantial en su interior, consta de dos salas (A y B), comunicadas entre sí por una escalera, y con el exterior a través de sendas aberturas. La sala A ofrece una altura de 2 a 9 m. y una profundidad de 25 por 15 m. apareciendo, al fondo, una plataforma natural que correspondería a una mesa de ofrendas (Blázquez, 1983a). La sala B, de 12,50 por 7,80 m. de fondo y 8 metros de altura, tiene una abertura triangular a modo de ventana, y ha sido considerada como anexo o cámara secundaria.


La mayor parte del material arqueológico apareció en un espacio de unos 60 m. situado en la pendiente frente a la cueva, que correspondería a la fosa en la que fueron arrojados dichos objetos cuando las ofertas colmaban el santuario y constituye uno de los más ricos conjuntos votivos del mundo ibérico.

En el santuario y en la explanada, al realizar en 1.887 (fecha de su descubrimiento) las obras de la carretera de Navas de San Juan a Sorihuela, aparecieron según unos autores más de dos mil y según otros más de seis mil exvotos de bronce entre 5 y 20 cm, que representaban figuras femeninas y masculinas orantes y oferentes, algunos guerreros a pie (nunca a caballo, como en el de Despeñaperros) y animales (perros, peces, faisanes, jabalíes y caballos). Además han aparecido gran número de vasos caliciformes, vajillas, fíbulas hispánicas y La Tene, armas, adornos en oro, pasta vítrea, instrumentos de aseo y cirugía, fusayolas, terracotas, lucernas y monedas íberas y romanas.


Poco y mal estudiado el yacimiento, debido a la negativa de los antiguos dueños, que estuvieron vendiendo durante años los exvotos en poblaciones cercanas a Castellar, no es objeto de excavaciones arqueológicas hasta 1917 por R. Lantier y J. Cabré, o sea unos treinta años después de su descubrimiento. Tienen que transcurrir otros cincuenta años para que en 1967 y en 1972 Nicolini realice la segunda y la tercera campaña arqueológica.



Han aparecido materiales neolíticos y de la Edad del Bronce y hoy tras las sucesivas excavaciones puede afirmarse con seguridad que aquel núcleo de la Edad del Bronce que ocupó la cueva y las laderas del lugar, después de ser abandonado fue reocupado a finales del siglo V antes de Cristo como un centro de culto de los íberos oretanos.

Se han diferenciado 4 fases que van del s. V al II a.C., y se supone que en la última fase, el antiguo santuario rupestre evolucionaría para convertirse en un santuario de control territorial.

La presencia de una oquedad artificial abierta a modo de ventana por donde la luz solar penetraría en los equinoccios, con paralelos en santuarios griegos, ha sido relacionada con manifestaciones hierofánicas, con la epifanía de femenina ibérica que cabría asimilar con la Astarté fenicia. En la última etapa, esta divinidad protectora de la guerra, la fertilidad, la fecundidad y la salud, quedó asimilada a Venus o Minerva, como indicarían las representaciones halladas en el santuario.

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