Ubicado en el municipio de Santa Elena, Jaén, concretamente sobre un barranco a 2 km. al Este del Desfiladero de Despeñaperros, Sierra Morena, paso entre la Alta Andalucía y la Meseta, en el tramo de la vía Heraklea que iba de Laminium a Castulo.
El complejo arqueológico aparece constituido por un poblado, una necrópolis y un santuario localizado en la ladera Oeste, al exterior de la población, pero comunicado con ella a través de tres caminos.
Fue descubierto por J. Calvo y J. Cabré, a comienzos del siglo XX. Tras las excavaciones realizadas en el santuario se documentó la existencia de una cueva-abrigo con un manantial, una explanada con losas de piedra y un pozo, más dos terrazas escalonadas en las que se situaron dos construcciones sucesivas.
La terraza superior, la más reciente, presentaba una altura de 11 m. Quedaba limitada al Oeste por un muro con una escalera de ocho peldaños que comunicaba con la terraza inferior. Sobre ella se elevaría un edificio de planta desconocida fechado en el s. I a.C., al que pertenecerían las basas, fustes y fragmento de cornisa hallados. La terraza inferior, de cronología más antigua, ofrecía una altura superior a 1 m., era de planta cuadrangular y pavimentada con losas de pizarra. Sobre ella se erigió una construcción de 6x10 m. orientada al Este, fechada en el siglo V-IV a.C., que se ha relacionado con la planta del edificio del Cerro de los Santos (Ramallo, 1993b; Moneo, 2003).
Este santuario tendría su origen en un bosque y la cueva con un manantial con virtudes curativas y su uso iría del siglo V-IV hasta el III a. C., momento en que fue destruido el segundo edificio, aunque la frecuentación del santuario debió continuar al menos hasta el siglo IV y V, pues se hallaron monedas de Teodosio II.
En el barranco se encuentran varias oquedades, y la mayor de ellas, llamada de los Muñecos, es el lugar que da origen al santuario. Tiene una profundidad de 50 m. y en ella se han hallado más de 2500 exvotos antropomorfos y zoomorfos, en bronce a la técnica de la cera perdida. En la parte superior del barranco se halló el mayor número, colocados en una escombrera; otros se recogieron depositados entre las grietas de las rocas. Estos exvotos representan a figuras femeninas y masculinas, vestidas y desnudas, jinetes y partes anatómicas (brazos, ojos, dentaduras, piernas…). Y entre los animales abunda el caballo y el toro, entre otros. Junto a estos exvotos también se han encontrado lanzas, falcatas, puñales, fíbulas, puntas de flecha, fusayolas, broches de cinturón, cuentas de collar, agujas, campanillas y objetos variados en presencia muy singular, como un peine, un cetro votivo o una espuela, así como numerosas monedas romanas.
En el barranco se encuentran varias oquedades, y la mayor de ellas, llamada de los Muñecos, es el lugar que da origen al santuario. Tiene una profundidad de 50 m. y en ella se han hallado más de 2500 exvotos antropomorfos y zoomorfos, en bronce a la técnica de la cera perdida. En la parte superior del barranco se halló el mayor número, colocados en una escombrera; otros se recogieron depositados entre las grietas de las rocas. Estos exvotos representan a figuras femeninas y masculinas, vestidas y desnudas, jinetes y partes anatómicas (brazos, ojos, dentaduras, piernas…). Y entre los animales abunda el caballo y el toro, entre otros. Junto a estos exvotos también se han encontrado lanzas, falcatas, puñales, fíbulas, puntas de flecha, fusayolas, broches de cinturón, cuentas de collar, agujas, campanillas y objetos variados en presencia muy singular, como un peine, un cetro votivo o una espuela, así como numerosas monedas romanas.
La interpretación de este yacimiento presenta serias dificultades pues se trata de excavaciones y materiales antiguos, no bien conocidos, aunque el hallazgo de un thymiaterium chipriota del siglo VII a.C., junto a fíbulas tipo Alcores y asadores votivos tipo tartésico, evidenciarían una frecuentación del lugar ya a fines del siglo VII o inicios del VI a. C. (Moneo, 2003).
En torno al siglo V-IV, el antiguo espacio sacro y sus exvotos se vieron sellados, tal vez ritualmente, con una capa de pequeñas piedras y arcilla. Sobre ella se construiría una terraza y un templo. Esta reestructuración de santuario implicaría un cambio que cabría relacionar con la evolución socio-ideológica que experimenta el mundo ibérico, al convertirse en un santuario supraterritorial, constituyendo tal vez el lugar de reunión de élites de distintas regiones (op. cit., 96). La última etapa del santuario, en torno al siglo I a. C., supuso la monumentalización del mismo, siguiendo un proceso bien documentado en lugares como La Encarnación, La Luz o el Cerro de los Santos.